El dióxido de carbono (CO2) es el que más contribuye al efecto invernadero artificial. En los países industrializados, el CO2 representa más del 80% de las emisiones de gases invernadero. Los cuerpos de los animales (y los de los humanos) también contienen carbono, ya que están compuestos por el carbono obtenido de las plantas digeridas. Las plantas absorben CO2 de la atmósfera durante la fotosíntesis.
El vapor de agua es el responsable de las dos terceras partes del efecto invernadero. Es producto de la evaporación y la transpiración, condensación y precipitación del agua de los océanos y de lo almacenado por la tierra. Pero el aire calentado retiene mucha más humedad. De allí que el aumento de las temperaturas intensifica aún más el cambio climático.
El metano (CH4) es el segundo gas que más aporta al efecto invernadero producido por el ser humano. Las fuentes son la cría de animales (el ganado come plantas que fermentan en sus estómagos, por lo que exhalan metano que también está presente en el estiércol), el cultivo de arroz y los vertederos. También emana de fuentes naturales como los lechuguines que cubren las represas. Su ciclo de vida dura entre 10 y 15 años.
Los gases fluorados son los únicos desarrollados exclusivamente por el ser humano. Incluyen los hidrofluorocarbonos (HFC) que se utilizan en la refrigeración, como el aire acondicionado; el sulfuro hexafluorido (SF6) que se usa, por ejemplo, en la industria de la electrónica; y los perfluorocarbonos (PFC), que se emiten durante la fabricación de aluminio y se emplean también en la industria de la electrónica.