Ángela Arboleda organiza desde hace tres años las Jornadas de Oralidad y Docencia ‘Todo lo que inventamos es cierto’, que reúne a narradores orales del mundo en Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / El Comercio.
Cuando viaja al extranjero invitada a festivales internacionales de narración oral y la policía de migración indaga por su profesión, Ángela Arboleda responde sin titubeos que es una cuentera. “Y ya desde ahí me miran raro -sonríe-, corro el riesgo de meterme en un problema porque la Policía no suele tener sentido del humor”. La narradora guayaquileña reflexiona sobre las formas de “comer al cuento”, como sociedad y a nivel personal.
¿En esto de reconocerse como cuenteros hay implicaciones negativas?
Hay gente que prefiere evitar la palabra cuentero. Muchas veces para presentarme en un evento prefieren hacerlo como cuentista -y soy cuentista también, porque escribo y he publicado libros de cuentos-, pero es algo diferente a la narración oral. Es una palabra que pone nerviosa a la gente.
¿La cuentería está desprestigiada en parte porque la sociedad se ufana de no comer cuento?
Sí, en los pueblos cuando buscaba portadores de los saberes orales, a la gente del campo no le gustaba la palabra cuentero, porque se relacionaba con el chismoso, el que causa problemas, el mentiroso, el de los dimes y diretes, más que el contador de historias fantásticas o de historias con base real, los sucedidos, las leyendas y mitos de los pueblos.
La expresión comer cuento o comer al cuento tiene que ver con nociones como credulidad, ingenuidad, mentira. ¿Qué dicotomías nos plantea?
Cuando alguien te engaña, te dicen te comieron al cuento. Cuando era muchacha y tenía mis pretendientes mi madre lo usaba mucho, este te está comiendo al cuento, en realidad él no tiene buenas intenciones contigo, él no es un buen muchacho, y tenía razón.
¿Es decir, remarca en un primer momento la noción de ingenuidad?
Hay un cuento africano en el que un rey le pide a un joven de su corte que le traiga la mejor carne del mercado y que si no lo hace, le corta la cabeza. El joven va al mercado y se fija en una lengua que no mucha gente toma en cuenta. Y se la lleva y la preparan por horas hasta ablandarla, el rey queda muy satisfecho y lo felicita. Pero a la semana siguiente el rey amanece caprichoso y le dice que quiere la peor carne y que si no se la trae, le corta la cabeza. El muchacho va al mercado y se fija de nuevo en una lengua. La preparan y queda muy dura. El rey reconoce que es la peor carne. “Pero tú crees que yo soy idiota –dice- Me has traído lo mismo, lengua, te voy a cortar la cabeza por querer tomarme el pelo”. Y el muchacho le contesta: “Con todo respeto su majestad, la lengua puede ser lo mejor o lo peor, si la palabra es dicha con dulzura, es lo mejor; y si la palabra va cargada de odio, es lo peor”.
Una cuentera profesional, ¿come cuento?
Te soy honesta, cuando empecé el festival de cuentos Un cerro de cuentos me engañaron, hubo un lío con una persona que iba a financiar el festival, terminé endeudada por culpa de esta persona que nos cuenteó y quedamos con una deuda, no ganamos nada: pero mentira, terminamos ganando un festival que duró 10 años y que enamoró a las guayaquileñas y a los guayaquileños. Y que me dio a mí una carrera. Yo quería creer en este cuento. A veces en el fondo sabemos que algo es mentira, pero necesitamos creer. Es lo que pasa con los políticos.
¿En el caso de los políticos es patente otro elemento, la manipulación?
Todo sabemos que ningún político es digno de credulidad, pero queremos creer que va a solucionar algo y juegan con esa ilusión y con las promesas que te hacen, por eso asocian también al político con el cuentero. Hay de por medio mucha ignorancia, se mantiene a la gente ignorante, sin mucha capacidad de lectura -y no solo de leer libros sino a leer también la realidad-, de razonar, evidenciar la incoherencia y sacar conclusiones.
¿Será solo un tema de ignorancia cuando en redes reproducimos historias que son a todas luces falsas?
En ese consumo apurado, no nos detenemos a razonar y actuamos de forma compulsiva, en función de la forma como nos interpelan las emociones de la información (falsa). Hay incluso profesionales que no salen de su mundo y no les interesa entender procesos históricos o sociológicos…
¿Seguimos comiéndole visceralmente al cuento de la xenofobia, por ejemplo?
El miedo a lo extraño, ¿y cuál extraño, si con los venezolanos -por ejemplo- somos igualitos? Tiene que ver con una reacción violenta y con que hay muchas frustraciones precisamente porque ya no comemos el buen cuento, el que te enseña cosas, que te saca una risa, que te ayuda a entender a los otros y a ponernos en su posición, ese cuento nos falta.
Es paradójico cómo los engaños interesados del mundo real tienen consecuencias diferentes a los cuentos de la ficción…
Sin capacidad de fabular e inventar, sin lo que se conoce como el pensamiento mágico no hay posibilidad de que la humanidad avance, no eres capaz de imaginar otras posibilidades y realidades. No hubiésemos sido capaces de mirar al firmamento, anticiparnos y soñar con pisar a la luna (…) Hubo gente que empezó a imaginar que curar era posible.
¿Qué papel juega en esta reflexión el tema del entretenimiento?
La palabra entretenimiento es conflictiva porque se la relaciona muchas veces con lo vano y se intenta diferenciar de actividades culturales que nos enriquezcan. Tengo un narrador al que admiro muchísimo, que se llama José Campanari, es argentino y dice que le gusta la palabra entretenimiento porque para él significa que entre que el mundo pasa, ‘yo aquí te tengo’: entre tanto te tengo con mis historias. Y te puedo causar risa, emoción, nostalgia, una lágrima y nos pasa también con un fenómeno como Netflix, no me deja de asombrar la capacidad de fabulación de estos creadores. Este estar bien y sostenido por las historias es vital, por supuesto que es ideal que las historias nos permitieran reflexionar.
En tiempos de posverdad, ¿en qué medida es más fácil aceptar la falsedad si está en sintonía con nuestras creencias y valores?
Si una ‘verdad’ vulnera nuestra identidad, preferimos negarla. Hay ‘cuentos’ que también nos constituyen y no los queremos cambiar. Estamos cómodos y nos da miedo el cambio, nos da miedo la posibilidad de ser otra cosa y de creer en algo diferente. Todos nos comemos el cuento a diario, cada uno crea su propia historia. La vida entera es cuento.
¿Esa historia que nos creemos forja una identidad difícil de desligar?
Tienes que creértelo el resto de la vida. Soñaste con ser azafata , por ejemplo, y resulta que por la vida, las dificultades, los miedos y las imposiciones sociales te hiciste contadora. Tienes que comerte el cuento de que fue tu elección, de que tú lo quisiste, de que estás bien, de que fue lo más seguro y de que eres una contadora feliz.
¿Y qué pasa si no lo crees?
Sientes que tu vida fracasó, que no tiene sentido. Y en lugar de pelearte con las cosas que están mal, te conformas y convences de que es así como debe ser y justificamos la realidad, o a las malas políticas de tu ciudad o del país. Ese es el mal cuento, es una mentira que ya no se ubica en el mundo de lo fantástico sino en el mundo de la crueldad, a veces crueldad con uno mismo.
¿El ser humano cree en cuentos para tener un poco de control y para asignar sentido a la vida?
Pasa con las enormes mentiras, con las de las iglesias -que no con la espiritualidad-. Sospecho que en el fondo sabemos que no son ciertas, pero nos aferramos a creer, porque de lo contrario lo que nos queda es enfrentarnos a una gran incertidumbre. La mentira es el refugio de una verdad a la que le tememos. Hay cuentos que nos comemos porque nos hacen sentir a salvo o porque justifican nuestras decisiones, o te mientes a ti mismo en base a estructuras sociales que se repiten una y otra vez.