Así de pronto, insuflado de un poder sobrenatural y rodeado de una aureola sobrecogedora, Su Majestad abrió los brazos, puso cara de solemnidad y lanzó el mensaje “urbi et orbi”: “Dejad que los ciudadanos del mundo vengan a mí’” e inmediatamente dispuso que se abran las puertas del país, se eliminen visas y cortapisas, para que Ecuador sea el destino apetecido por todos los ciudadanos del mundo, el sueño dorado, la patria universal de todos los seres humanos.
Pero pronto los castillos en el aire se vinieron abajo, porque, mezclados con los ciudadanos del mundo, vinieron alimañas, sapos y culebras, pillos, violadores y secuestradores, cacos, recacos y malandrines de alto calado que enseñaron a los renacuajos locales nuevas formas de delitos.
Al ver el estropicio, el Ministro del Interior dispuso que ciudadanos de 9 países presenten visas, pero en ese grupo no son todos los que están ni están todos los que son. Y la medida viene un poco tarde porque los naturales ya aprendieron las malas artes y será duro controlar los desafueros. La ciudadanía universal y las momias cocteleras nos tienen jodidos.