José Daniel Chaluisa deja a nueve hijos en la orfandad. El mayor tiene 20 años. El menor, cinco. Foto: David Landeta / EL COMERCIO
En el patio de una pequeña casa, en Latacunga, se reúne la familia Chaluisa. Más tarde, en esta ciudad, ellos tendrían una reunión con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Por ahora no hay ruedas de prensa, delegados, ni autoridades. Solo un pequeño patio, con sillas en círculo. Ellos conversan entre sí. El destino de la familia ha dado un giro y ahora tendrán que estar aún más unidos. Varios en el grupo son adultos mayores; la mayoría, adolescentes. Adultos de mediana edad son pocos.
José Daniel Chaluisa nació en Zumbahua, Cotopaxi. Tenía 40 años y crió a sus nueve hijos en la comuna de La Esperanza. Allí, hasta antes de su muerte, vivía junto a su esposa, Eloísa Chasiquisa. Solo podía ir a casa los fines de semana. De lunes a viernes, José Daniel trabajaba en Quito, como estibador en el mercado de San Roque, junto a su padre Baltazar. Ambos pagaban un cuarto en la capital para dormir entre semana. Las labores se hacen en la noche, de 17:00 a 05:00. A veces, también hacían turnos diurnos, desde las 06:00.
Un puente, una reja y policías motorizados
El pasado lunes 7 de octubre de 2019, ambos acompañaban al movimiento indígena en la jornada de movilizaciones para la derogatoria del Decreto 883, que eliminaba el subsidio a los combustibles. En el mismo mercado donde trabajaban, José Daniel Chaluisa perdió la vida. Una confusa acción policial fue la causa. En un video que circuló en redes sociales, se observa a agentes motorizados acorralando a un grupo de personas contra una puerta, en el interior de un puente peatonal de ocho metros de altura. Las personas intentan traspasar esa verja como les resulte posible. Abajo hay dos cuerpos.
“Ahí me vinieron a avisar”, relata Baltazar, el padre. “Entonces yo vine corriendo. Alcancé a coger, pero dos señores han estado teniendo de la piernita. Y ahí ya llegué y ya… Ya no… Ya no… Tenía yo solo desesperación nomás. Yo pensaba que algo golpe nomás, pero ya estaba… Ya no había cómo. Cogí yo así, de la vía. En la veredita puse la cabeza. Ahí le puse”.
Baltazar Chaluisa relata los momentos en que vio a su hijo después de la caída. Foto: David Landeta / EL COMERCIO
“Llamo al hospital, enfermeros. Ni la ambulancia no mandaron, no vino. Nada. Había venido una camioneta particular. Ahí rogando nosotros mandamos al hospital. Ahí le pusimos”. Según el Ministerio de Gobierno, la ambulancia habría sido impedida de ingresar en el sector, debido a los cortes que se registraban en las vías. La cartera de Estado no considera a la acción policial como la causa de la muerte de José Daniel. Pero Baltazar no cree en aquella versión. “Eso es la mentira. Porque en ese puente no hay dónde escapar porque es alto ese puente. Porque en la mitad cerrado. Ahí ya le cogieron y la Policía le dejó bien maltratado”.
José Chusing, cuñado de José Daniel, se uniría al paro después. Mientras que su cuñado y su suegro ya estaban en las manifestaciones en Quito, él recién el lunes estaba saliendo de Latacunga. “Como a las 5 y media de la tarde, en la entrada a La Ecuatoriana, me llama el hermano de él. Dice: ‘Cuñado, ¿dónde estás? No sabes, está fallecido mi hermano’, me dice. Así avancé a luchar a Casa de la Cultura. Entonces, ahí me dijeron que sí tiene un poquito de vida, pero no hay así fuerza”. El martes 8, José fue al hospital para intentar ver a su cuñado. “El doctor que estaba en (terapia) intensiva me informa diciendo que ya está muy grave, entonces que vamos a hacer unas cirugías. El miércoles, como 9 de la noche, ya me manifestaron que ya está fallecido. Y que vengan a despedir”.
Una familia en la orfandad
Aunque José Daniel era el hijo, Baltazar dice que a él lo cuidaba como un padre. A la edad de Baltazar, ya no se trabaja igual. Hacer fuerza extrema pasa factura en la vejez. “Como yo también asimismo soy lisiado, así quebrado brazos, operado, una lástima. Por el trabajo estoy quebrado. Por la pobreza, lo que se sale uno a trabajar, buscar la vida para sostener guaguas, para sostener a mujer, todo”.
Casi dos décadas lleva Baltazar trabajando en el mercado. Nunca ha estado afiliado al Seguro Social. “De noche se gana ocho dolaritos, siete dolaritos. Cuando máximo, nueve dolaritos. Cuánta gente que está trabajando. No se gana más por trasnochar y sufrir. Más es andar padeciendo. Todavía este brazo no avanza. Tengo chulla bracito. Ahora tengo que ver otro trabajo porque ahora, ¿quién va a colaborar? ¿Quién va a cuidar? Ahora sí me quedo solito. Estoy jodido”, se lamenta. Si tuviera 45 o 50 años, dice, todavía podría trabajar sin la compañía y ayuda de su hijo. “Yo ya no tengo ya fuerza ahora. Allá creo que ya no me voy a ir a trabajar porque solito estoy”.
Eloísa Chasiquiza, esposa de José Daniel, está preocupada. Quiere que sus hijos terminen sus estudios, pero el soporte de la familia ya no está presente. Foto: David Landeta / EL COMERCIO
Eloísa Chasiquiza, esposa de José Daniel, nació en Unacota. Tiene 38 años. Es tímida y habla con una voz bajita. “Agricultor nomás mi padre, así. Mi papá agricultura trabajó en cualquier cosa. Cualquier trabajito mi papá enseñaba así criando. Luchábamos así la pobreza”, relata. “Nosotros juntamos a los 18 años. En primer lugar ya conocimos de ahí ya juntamos”, poco después, se casaron y tuvieron a su primer hijo. Después vinieron ocho más. “Tiene mi hija 19 años. Y ella es madre solterita. Cuántos estamos viviendo”, dice, mientras su voz comienza a quebrarse. “Ella también está estudiando”, agrega. “Ahora pediré quizás que Gobierno responda. Yo dónde teniendo voy a mandar, voy a apoyar a hijos. No tengo nada”. Su pedido a las autoridades es claro: “hasta el último hijo que estudie”.
Wilson es el mayor de los hijos. Tiene 20 años y estudia el segundo año de bachillerato. “Mi padre era un buen hombre. Siempre me daba la educación y tenía buen respeto. Era bien cariñoso conmigo y con todos mis otros hermanos. Un cariño de padre, cuando se quiere de verdad. Mi padre es de corazón humilde. Cada que venía, yo me sentía feliz y cada que se iba, yo me sentía triste, me enfermaba”, dice.
Sobre Wilson Chaluisa recae una gran responsabilidad. Al ser el hijo mayor, debe velar por su familia tras la muerte de su padre. Quiere culminar sus estudios de bachillerato y estudiar una carrera universitaria. Foto: David Landeta / EL COMERCIO
“Es un trabajo súper duro, pero mi padre trataba de mantenernos así”, cuenta Wilson, agradecido. “Una vez me llevó, cuando tenía 10 años. Me llevó a Quito y yo me fui acompañándole para ver cómo trabajaba así como solo amarrado. Me sentía triste por lo que hace por nosotros”.
Él quiere romper el círculo de pobreza en el que se vieron encerrados su padre y su abuelo. Quiere terminar el colegio y estudiar una carrera. “Mi padre trabajaba para que nosotros seamos alguien en la vida, mejor preparado… Como ser abogado”. Su padre, una vez, le había dicho que cuando terminara de estudiar, celebrarían con un baile. Wilson aspira que aquel festejo no sea solo un sueño, aunque ya no esté José Daniel.