Redacción Construir
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La muerte es uno de los misterios más insondables de la existencia. Y el más incomprensible. Por esa razón, el ser humano siempre ha rendido culto a sus antepasados.
En el neolítico, los neandertales ya enterraban a sus muertos en las cuevas rupestres. Lo mismo hacían los egipcios en el Valle de los Reyes. Y los cristianos primitivos en las famosas catacumbas, origen de los cementerios actuales.
Sin embargo, otros pueblos incineraban y quemaban a sus difuntos. Los indios alonquinos y sioux, de Norteamérica; los hindúes y los lamas, en el Asia.
El nuevo Camposanto Metropolitano, ubicado al sur de Quito, afronta las dos alternativas: las sepulturas y la cremación.
Este cementerio, que cuando esté completo tendrá 32,5 ha, está emplazado en el suroccidente quiteño, en el corazón del barrio Héroes de Paquisha. Y se ha programado y diseñado cubrir una de las grandes deficiencias que tiene el sur de la capital: la falta de un espacio digno, amplio y decente para enterrar a sus muertos.
Las tres etapas que contempla el proyecto darán cabida a 80 000 espacios, todos dobles (dos sepulturas). La primera fase, que está concluida, tiene una capacidad para 15 000 tumbas dobles.