‘Es inútil que los gobernantes crean que han vencido al espíritu libre por haberle sellado los labios, pues con cada hombre nace una nueva conciencia (…) que recordará la obligación espiritual de retomar la vieja lucha por los inalienables derechos del humanismo y la tolerancia”.
“Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre”.
Estas son, a mi juicio, las conclusiones más destacables de uno de los libros más importantes que se hayan escrito en defensa de la libertad de opinión y en contra de la intolerancia. Me refiero a ‘Castellio contra Calvino’, del austríaco Stefan Zweig.
En este ensayo, Zweig cuenta la historia de Miguel Servet, un aragonés que fue apresado, torturado y quemado vivo por el Régimen de Calvino. Servet había cometido el ‘crimen’ de decir que la sangre circulaba por el cuerpo, a través de los pulmones.
Según Zweig, aquel ‘descubrimiento’ había sido un golpe de suerte de Servet, pues este médico español nunca había sido una lumbrera científica sino, más bien, un ‘espíritu fáustico’, alguien que buscaba con denuedo la verdad sin los medios intelectuales ni metodológicos para lograr aquello.
Si Servet era una figura científica de poca monta, ¿por qué atrajo la atención de Calvino, uno de los teólogos y pensadores más grandes de su época? Porque Calvino creyó que si castigaba a Servet, la comunidad intelectual europea no protestaría demasiado, pero sí aprendería la lección que él pretendía darle.
¿Cuál era esa lección? Que nadie se atreviera a cuestionar sus edictos; que todos asumieran como única e incuestionable a la verdad que él dictaba desde Ginebra. Calvino buscaba disciplina y sumisión, explica Zweig en su libro.
Así que Servet fue quemado. Pero los intelectuales de la época no callaron. Sobre todo uno, Sebastián Castellio, tuvo la valentía de cuestionar y criticar la actitud violenta e intolerante de Calvino.
Los escritos de Castellio fueron prohibidos y quemados; los espías de Calvino impidieron que se imprimieran sus obras. Castellio también fue perseguido y ejecutado…
Para justificar todo aquello, los sirvientes de Calvino aseguraron que ‘la libertad de conciencia era una doctrina del diablo’. Se quiso imponer una dictadura del espíritu, explica Zweig en su libro.
Estas cosas no solo sucedieron en el siglo XVI. Se han repetido en incontables ocasiones en distintas épocas y en diferentes partes del mundo. Lean por favor el libro de Zweig y saquen sus propias conclusiones. Defender la libertad de opinión y de conciencia es vital para la sociedad ecuatoriana.