Muchas personas, sobre todo mujeres, critican los objetos porque destacan la obscenidad, pero los vendedores aseguran que son ellas quienes más compran ese tipo de elementos. Foto: Vanexa Romero/EL TIEMPO.
“¡Anda mami, mira, está disfrazado de Junior… ja ja ja.. es que en Carnavales se ven unas cosas…”, dijo una joven voluptuosa de escasos 25 años, quien no pudo ocultar sus cachetes sonrojados y una sonrisa que le dejaba ver hasta sus últimas muelas cuando hizo relación a la figura, que más bien se parece al afamado extraterrestre ET.
La escena sucedió ayer, martes 10 de febrero del 2015, en la mañana en el pasillo cultural-artesanal de la calle 72, entre las carreras 43 y 44, en el norte de Barranquilla, donde venden todo tipo de artículos de Carnaval, unos un tanto ‘picantes’ y subidos de tono.
Ese tipo de situaciones vienen ocurriendo en esta zona desde que inició el año, cuando a La Arenosa llegaron las brisas de precarnaval. Los vendedores aseguran que el público puede conseguir obsequios de cerámica con formas de penes, vaginas, nalgas y senos, hasta camisetas y caretas con figuras y gestos eróticos.
Quienes se acercan a comprar alguna camiseta tradicional con alguna marimonda o un garabato estampado, por lo general se dejan sorprender de las ‘plebedades’.
Primero se mueren de la risa, luego se retiran demostrando indignación, después las observan, preguntan el precio y finalmente van directo a la bolsa.
Muchas personas, sobre todo mujeres, critican los objetos porque destacan la obscenidad, pero los vendedores aseguran que son ellas quienes más compran ese tipo de elementos.
Lo que el grueso de críticos no tiene en cuenta al momento de hacer sus señalamientos es que ese tipo de artículos están enraizados con el Carnaval desde mucho antes de que este existiera dicha fiesta.
Daniel Aguilar, doctor en Sociología de la Kansas State University, explica que la apología a los temas sexuales, morbosos y que hacen referencia a los excesos son transversales en la historia de los festejos y carnavales a nivel mundial.
“En la antigua Roma y Grecia, esas expresiones eran explicitas, ahora todo se maneja de manera simbólica, pero la esencia es la misma”, asegura Aguilar. “A mí no me sorprenden mucho los disfraces obscenos o los objetos sexuales que venden. Lo que realmente me llama la atención es la gente conservadora que critica los excesos durante todo el año y cuando llega el Carnaval participa de él con ahínco y sin sonrojarse”, concluyó.
Cuando se trata de bromear con la sexualidad, el costeño no tiene límites. El morbo y la vulgaridad la terminan representando en cualquier cosa. Foto: Vanexa Romero / EL TIEMPO.
Sara Martínez, magíster en Filosofía y Críticas Contemporáneas de la Cultura, de la Universidad La Sorbona, explica los excesos y la fiebre sexual propia de los carnavales, basándose en un escrito del nobel de literatura Gabriel García Márquez, el cual habla de ‘El derecho a volverse loco’.
“Las carnestolendas son el momento en el que existe una licencia especial para que la comunidad se salga de casillas, para entregarse a los excesos. Esto es una constante en todos los carnavales del mundo, solo que las representaciones son diferentes”, expone.
Otra de las razones de Martínez se basan en una entrevista que le concedió el fallecido David Sánchez Juliao, en la que el escritor intuyó que la gente del Caribe colombiano es más dada a la fiesta y a los excesos, porque esta región representó un oasis para todos los que huían de la violencia.
Las razones por las que gran parte de los que disfrutan el Carnaval son vulgares podrían llenar una larga lista, indican los estudiosos del tema, pero las anteriores son las básicas.
Mientras tanto, en la feria más mujeres sonríen por otro ‘extraterrestre’ disfrazado.