Los moradores del barrio Reino de Quito celebran estas festividades con personajes tradicionales y con coplas. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
El barrio Reino de Quito está a casi 3 200 msnm, al suroccidente de la parroquia Mena Dos, rodeado por 89 huertos orgánicos y una infinidad de árboles centenarios que se acostumbraron al frío. También acoge a taitas y mamas del Carnaval y a sus copleros.
¿Cómo se forjó esta tradición bolivarense en la capital? La respuesta está en una historia que empieza 45 años atrás, cuando familias de Loja, Chimborazo, Cotopaxi, Carchi y sobre todo de Bolívar poblaron el sector. Inmediatamente comenzaron a cultivar la tierra y, desde el 2004, a organizar la fiesta del Carnaval.
Cuando el migrante se traslada, lleva a sus espaldas todo su bagaje cultural y lo replica donde se asienta, dice Patricio Guerra, cronista de la Ciudad. La zona de la Mena Dos acogió a foráneos de Guaranda, de Chimbo, entre otros sectores. Y como para ellos el Carnaval es su fiesta mayor, es lógico que lo repliquen como factor de unión o de recuerdo.
La celebración en Reino de Quito tiene 16 años, cuenta Lenín Carrasco, presidente del barrio y Taita Carnaval 2020. Dice sentirse honrado porque ha presidido los festejos que arrancaron el 15 de febrero.
En la cosmovisión andina, este personaje representa la abundancia y la fortuna. Y la forma de recibirlo entre las familias de las comunidades es con ofrendas de comida y la tradicional chicha de jora.
La elección del Taita y de la Mama Carnaval es bien pensada en este punto del sur de Quito y se realiza a inicios de enero, apunta Cesar Saltos, otro vecino que también ostentó ese cargo en el 2011. Los elegidos deben reunir atributos y méritos: amabilidad, servicio, respeto. Fanny Santamaría fue escogida Mama Carnaval de este año.
Corría el año 1970 y en Guaranda, cuando las jorgas dieron paso a los desfiles para celebrar el Carnaval, se empezaron a elegir a los taitas y en Chimbo a las mamas; pero esta última tradición nació en Cañar, menciona César Alarcón Costta, subdirector de la Academia Nacional de Historia.
El cargo que ostentarán estos dos personajes, a lo largo de un año, es el equivalente a ser el prioste mayor de cualquier fiesta popular en el país. Esa práctica viene, según Guerra, desde la época prehispánica, cuando el cacique era una persona de prestigio social dentro de la comunidad. Y se replicó con el priostazgo.
Por eso, la fiesta tradicional “no se entiende como un evento común y corriente donde se festeja algo, sino como un momento sagrado porque está llena de rituales, como la cohesión grupal”, apunta Guerra.
Silvio Soto, taita Carnaval de hace tres años, es de la provincia de Cotopaxi y recuerda que la vestimenta que llevan los distingue: poncho grueso, camisa blanca, sombrero, pantalón, botas negras y una cinta en la que se exhibe su designación. También un bastón de mando y la guitarra, que simbolizan autoridad y jolgorio.
En Reino de Quito también están los copleros mayores: Ángel Santamaría y Juventino Patiño, con el acompañamiento de la guitarra de Luis Secaira. Todos son expertos en recitar y componer los tradicionales refranes en los que se hace referencia al amor, desamor, política y elementos de la vida.
Algunos ejemplos de esa inventiva se oyen durante el festejo: “Anillito de oro fino, principio de mi fortuna; yo también te acompañé, como lucero a la luna”. “Arbolito de romero, nacido en el mes de enero; cómo quieres que te olvide, si tú eres mi amor primero”.
Guerra agrega que la copla es fruto de la oralidad y muchas veces de la improvisación; no se memorizan sino que ese momento se responden, fruto del ingenio y la chispa de los moradores de Reino de Quito. Es toda esa sal que se pone a la fiesta para compartir e incluso bajar tensiones.
El plato fuerte del Carnaval son los chigüiles, cuenta Mercy Torres, moradora entusiasta de la zona. Es otra tradición traída de Bolívar; ese potaje se brinda a los invitados, acompañado con una copa de aguardiente típico de esos lares (Pájaro Azul). Ese compartir, en el caso del Reino de Quito, se reedita en el lugar de concentración de las comparsas, en las canchas que están al pie de los cerros que la rodean.
La danza es otro componente; igual que el enharinarse, tradición que viene desde la Colonia. Porque el Carnaval es una fiesta profana, que trastoca los valores antes de llegar al Miércoles de Ceniza y volver a la rutina y sin excesos.