Al terminar la primera semana del segundo ¿período? presidencial –mejor dicho del capítulo número 2- resuenan aún los ecos de los múltiples e interesantes sucesos del lunes 10 de Agosto de 2009, Bicentenario del Primer Grito. ¡Qué día tan largo y emocionante, desde la apertura en San Agustín hasta los últimos cantos en el estadio Atahualpa! Con un discurso central que mostró al Gran Jefe en plenitud oratoria, superentrenado con 30 meses de campaña y cientos de cadenas sabatinas, en plan de triunfador, casi invicto, feliz de tener a la vista –en el salón del Palacio Legislativo- muchos hinchas y ni sombras de oposición. Un panorama ideal para un día de fiesta patria, aliancista y personal.
La transmisión sudamericana del mando fue un plato extra. Un suceso agustino, además, con la suma de presidentes en plan de amigazos del Jefe y dispuestos a pagar visitas. Una oportunidad de mirar en vivo y en directo una sesión del Unasur en pleno.
Con las voces y las actitudes auténticas de las figuras, comenzando por el tonante Coronel, siempre en sus labios con la frase precisa para los títulos de los periódicos de medio mundo.
Esta vez con un “soplan vientos de guerra” emocionante y apto para hacer hablar al resto. Un Lula sereno, pidiendo la presencia de Obama y Uribe para discutir entre todos sobre las “siete bases” cedidas a EEUU por el “paisa” sin contar a nadie. Luego, doña Cristina ofreciendo una sede con el clima propicio para discutir un asunto candente: ¡Bariloche!. La señora Bachelet, siempre serena. Monseñor Lugo, pidiendo que no haya crucificados en la nieve, Correa accediendo al cambio de sede con la condición de no estrechar la mano al enemigo.
Bien, presidentes y presidentas. Hasta el 28 de agosto se ha dicho, con los presagios de una sesión urgente para evitar más pesadillas de armas.
La segunda parte fue el discurso presidencial de posesión, con todo lo bueno, lo malo y lo feo que se podía esperar, incluyendo en este último rubro los codazos indiscriminados y entusiastas a la prensa, con el pedido de que Unasur ponga lo suyo. Es de esperar que siempre haya voces serenas, como las que se oyeron en Quito.
El cierre fue en el estadio Atahualpa, con las primeras sombras de la noche y la posibilidad de cantar los dúos que no habían funcionado en la grata jornada preliminar de Silvio Rodríguez. El último trío en acción fue –con todos sus altibajos- formado por Correa, Castro y Chávez, con Zelaya de testigo.
En ese momento, al parecer, al Jefe le volvió a la mente la idea de los comités populares defensores de la revolución, entusiastamente aplaudida por Raúl y Hugo. Sobre todo Raúl Castro certificó, sin duda, que esos comités garantizan 50 años de duración para un Gobierno, más aun si –como en su país- no hay una prensa criticona, corrupta y mediocre.