Santiago Estrella Garcés. Corresponsal en Buenos Aires
Las zapatillas en el piso y las huellas de manos que rasguñaban las paredes, poco después de que iniciara el recital de Callejeros, están aún en República de Cromañón. Fueron 194 personas las que murieron aquel 30 de diciembre de 2004.
Alguien –no se sabe quién- tiró una bengala. Las mediasombras del tumbado se encendieron. En tres minutos reinó el caos: las salidas de emergencia estaban cerradas. Los más de 4 200 chicos que llegaron al ‘boliche’ para 1 200 solo tuvieron una pequeña puerta para salvarse del humo.
“ De repente, cuando tocaban el primer tema, hubo un principio de incendio y después el caos, los gritos, la oscuridad, las corridas, los empujones”, dice Patricio Portal, un sobreviviente.
“No se veía nada, no había carteles de salida. Yo era muy chico, tenía solo 15 años, y me doy cuenta de algo: que a los que gobiernan, los que están llamados para cuidarte, no les importas. A mis 15 años aprendí que todo es una mentira”.
Pasaron casi cinco años para que la Justicia dictara sentencia, y aunque hubo penas para varias personas (ver recuadro) esta no fue aceptada por todos. Callejeros fue absuelto. Al conocer el dictamen, las aguas se dividieron. Muchos consideran que Callejeros está entre los responsables de la tragedia, pues afirman que incitaba al uso de las bengalas.
Más todavía con el bochornoso espectáculo que protagonizó Susana, la madre de Patricio Fontanet, líder del grupo: luego de lanzar papelitos festejando la victoria de su hijo, como si estuviera en un estadio de fútbol, levantó el dedo medio de su mano derecha hacia los familiares de las víctimas.
Tres días antes de conocerse la sentencia, 15 000 personas los oyeron en Olavarría. “Algo de muy mal gusto frente a nuestro dolor”, dice Carlos, padre de Deborah Ortiz, fallecida a los 18 años, “pero lo cierto es que hay mucho morbo detrás de todo esto. Es un fierro caliente Callejeros porque da mucha plata”.
Fue el estallido total de una marca de la que los porteños acaso no han aprendido en su total dimensión. Al menos así lo sostienen los consultados por este Diario, quienes luchan ya no solo por justicia, sino para que en el país no haya “ni un Cromañón más”.
Santiago Barea, sobreviviente de lo que él llama una masacre, es el presidente de la Organización 30 de diciembre. “Cromañón es la expresión del modo de hacer política en Argentina. Su máximo pico lo tuvo en el boliche, pero lo sufrimos todos los días en los hospitales públicos, en los subtes, en la educación pública, en los trenes, en donde se viaja hacinado. Es la política Cromañón que llevó a que pase a lo que paso ahí”.
“Todo sigue igual. Nada ha cambiado. Cumplieron con lo mediático: los primeros meses se ensañaron contra los boliches, pero ya se olvidaron. Ahora se ve que tampoco ofrecen seguridad. No queremos más Cromañones en el país, pero seguro que habrá más”, dice Jorge Giralt, padre de Emilio, un socorrista “que entró más veces de la que debía para salvar a los muchachos”.
Querían prisión para todos y hoy se sienten agraviados por la justicia. Sobre todo para Aníbal Ibarra, entonces Jefe de Gobierno de Buenos Aires, señalado como la cabeza que debió rodar más allá de que fuera destituido en un juicio político. Pasa que, como cantaban quienes en las afueras apoyaban a Callejeros, “ni las bengalas ni el rock and roll, a nuestros pibes los mató la corrupción”.
Con camisetas amarillas que decían “Basta de culpar a Callejeros”, unos 1 000 chicos saltaron por horas sin pensar que a media cuadra los familiares de las víctimas lloraban y enfrentaban con la Policía tras conocer la sentencia.
Con los ojos húmedos por la alegría, Martín Altera, de 30 años, decía: “No sé por qué estoy acá, si esto debió haberse evitado… Yo, como muchos, cuento los días de un show al otro para verlos. Es lo que nos dio vida y mucho más después de lo que nos pasó”.
Barea nunca tuvo esperanza en la justicia, sino en que la organización no se deje convencer “por lo que digan tres jueces porque estaríamos perdidos. Tenemos que seguir luchando parque no haya ni un Cromañón más en este país”. Por eso, las zapatillas de lona colgando en las afueras del boliche serán el triste monumento a aquellos 194 pibes que murieron por escuchar rock and roll.