Según encuestas realizadas entre los usuarios del transporte urbano en Quito, un 86% de ellos se encuentra totalmente insatisfecho con el servicio. La cifra, que no es una novedad para quienes todos los días necesitan el servicio, cobra actualidad en momentos en que el Municipio se apresta a poner en marcha su plan de restricción vehicular llamado pico y placa.
Los graves problemas de congestión que se arman en las avenidas y calles de la ciudad en las horas de mayor movilidad tienen mucha relación con aquel servicio deficiente, pero no sería justo centrar las responsabilidades en los propietarios y en los conductores de las unidades, porque mucho tienen que ver las autoridades al no asegurar un sistema de regulación de la calidad del servicio y un diseño racional de las rutas y frecuencias. La falta de una visión empresarial del servicio masivo es uno de los problemas.
Otro de los temas que se deben resolver urgentemente es la disciplina tanto de choferes como de pasajeros para subir y bajar de los buses solo en las paradas establecidas.
Es usual ver cómo algunos conductores manejan los vehículos en función de los pasajeros que intentan recoger a como dé lugar, pero también es cotidiano mirar cómo muchos pasajeros exigen que las unidades se detengan en lugares no previstos para ello.
Es indudable que uno de los objetivos de la “renovación del concepto de ciudad”, anunciada en reiteradas ocasiones por las autoridades del Cabildo, debe ser el cambio de la cultura ciudadana sobre el transporte urbano masivo.
Si no se logra corregir a fondo este problema, de poco servirá cualquier iniciativa que intente bajar los niveles de estrés social que provoca circular por Quito.