El cierre de la vía Papallacta-Baeza alteró la cotidianidad de los conductores y pasajeros de buses, automóviles y camionetas, quienes debieron permanecer en los vehículos toda la noche.
A las 20:00 del miércoles 23 de junio del 2016, la carretera se cerró debido a dos derrumbes de proporciones. El más grande fue en el kilómetro 55, en el sector de Molanda. Y el segundo en el kilómetro 72, en en sector de San Víctor.
Debido a que los deslizamientos bloquearon completamente la vía, los policías evitaron el paso de vehículos en dos puntos: en Papallacta y en Baeza.
Rómulo Constante, de 40 años, estuvo a cinco minutos de poder cruzar la zona del derrumbe en la vía Papallacta-Baeza, pero no lo logró y debió dormir, junto con dos compañeros de trabajo, en su auto.
Él trabaja en la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria, en Shushufindi, Lago Agrio, y periódicamente realiza viajes a Quito. Él y sus colegas, salieron de la Amazonía, a las 16:00 del miércoles 22 y, antes de las 20:00, la Policía le obligó a detener su vehículo. Frente a él estaba un par de vehículos más. Detrás de él, llegaron a ubicarse más automotores.
Usualmente ese viaje en auto le toma cuatro horas y media , esta vez fueron 20 horas. ‘Por unos minutos hubiese pasado, aunque bueno, también pudo haberme caído la montaña encima. Por algo pasan las cosas’, comentó.
Contó que no tenían alimentos, bebidas ni dinero en efectivo. Por suerte, una vez que se armó la fila de autos, los vendedores ambulantes no tardaron en llegar. Incluso se improvisaron negocios. Ellos compraron tres pinchos a USD 1,35 cada uno.
Constante aseguró que algunas personas pasaron la noche en la casa de una señora que vivía cerca y recibió huéspedes, pero ellos durmieron en el auto. Amanecieron con dolor de cuello y malestar, con la esperanza de que la vía se abriera. Pero las horas pasaban y la situación no cambiaba. Pensaron, incluso, en regresar. Finalmente, a las 16:00, la maquinaria del Ministerio de Transporte y Obras Públicas, que trabajaba en el sector, pudo retirar parte del material y cruzaron.
Del lado contrario, sentido Papallacta-Baeza, los viajeros también tuvieron inconvenientes. Uno de ellos Efraín Pijao, de 33 años, quien viajaba en un bus junto con sus dos hijos de cinco y siete años. Pedía con insistencia a los policías que les permitieran pasar hasta el derrumbe para que pudieran cruzar a pie y luego embarcarse en otra unidad. Él estaba allí desde las 20:00 del miércoles.
Sus hijos estaban cansados, adoloridos por la mala noche… ‘Menos mal aquí los restaurantes del pueblo nos prestan el baño ‘, contó.
Ante su insistente petición, uno de los uniformados le explicó que no serviría de nada que les dieran paso hasta el lugar de derrumbe porque luego de primer deslizamiento hay un segundo y pasando el segundo no hay buses porque en Baeza estaba cerrada la vía. Los buses fueron desviados por el Tena. Pijao hubiese tenido que caminar unos 15 kilómetros más para hallar una unidad.
Pero sin duda, uno de los viajes más largos lo realizó María Torres quien salió de Loja la mañana del miércoles. Ella, junto con Rosita, su hermana, se dirigían a El Chaco. Llegó al redondel de Pifo a las 03:00 del jueves. Allí pasó la noche y en la mañana llegó hasta Pasochoa. El bus en el que viajaba se regresó debido al cierre de la vía, pero ella prefirió quedarse allí. ‘Ya no tenía dinero, para qué me voy a regresar de nuevo a Loja’, comentó.
El pasaje le costó USD 36, le devolvieron USD 10 por no poder completar el viaje. Con ese dinero, desayunó y almorzó este día.
Finalmente, cuando la ruta se habilitó parcialmente, la gente subió alegre a los buses con la esperanza de que pudieran terminar el trayecto sin novedades.