Esta semana se restituyó la Base de Manta a la administración estatal ecuatoriana, es decir, pasó al control total de Fuerzas Armadas.
La existencia de la Base había sido vista muy mal por la opinión pública, por varias agrupaciones políticas y por los ciudadanos.
Algunos estaban en desacuerdo porque “se había negociado mal”, otros lo estaban porque se iba contra los principios de soberanía y de no alineación, otros más lo consideraban una deshonra al sentido pacifista del Estado ecuatoriano y un ejercicio de servilismo más del gobierno que lo había permitido. Los que la apoyaban estaban en minoría absoluta. Por eso es que cuando se hizo el Plan de Política Exterior, Planex 2005-2020 durante el gobierno de Alfredo Palacio y luego en la planificación que hizo el actual Gobierno, la salida de la Base de Manta era uno de los temas emblemáticos. Este Gobierno –Presidencia, Ministerio de Defensa y Cancillería- tiene el mérito de haber cumplido con esa demanda general, y además de haberlo negociado en tiempo récord, porque según los acuerdos establecidos, dicha base bien pudo haber salido al final de este año o pedir algunos meses más de gracia. Pero no escribí estas líneas para hablar sobre la salida estadounidense de Manta, sino para demostrar cómo las políticas que duran, que reciben consenso son aquellas donde diversos sectores de población y Gobierno coinciden, aun cuando sus enfoques pueden ser distintos. El elemento catalizador siempre es el diálogo, pero sobre todo la buena fe. Una buena fe que debería siempre ser la primera actitud frente al otro, por lo menos hasta que se demuestre ante las cortes lo contrario. Cuando un ciudadano participa ya sea escribiendo un artículo, haciendo un reportaje, armando un panel, investigando, lo hace partiendo del principio de construir algo, o de deconstruirlo porque piensa –en el mejor de sus juicios- que ese algo debe ser cambiado o por lo menos modificado por el bien del país. Lo mismo debería pasar del otro lado: ha dejado de ser necesario para volverse imprescindible que el poder: desde la Presidencia, pasando por los ministerios, tome cualquier cosa como acusación personal, cuando no lo es.
Sin buena fe, la vida cotidiana se está volviendo un infierno de acusaciones e insultos. Sin buena fe, la crítica –en lugar de ser un insumo para corregir cosas que están mal- se vuelve odio.
Siempre vamos a encontrar buenas políticas en un Gobierno y buenas acciones como el caso de la Base de Manta. Por supuesto, también encontraremos fallas, omisiones y retrocesos, pero sin una mano tendida, tanto Gobierno como oposición y los que estamos en medio, solo habremos hecho involucionar al país unos
cuantos decenios.
Y por favor sigamos el principio tolteca de nunca tomar las cosas en forma personal…, especialmente cuando de crítica, y a veces tan solo de participación, se trata.