Hacer periodismo es registrar la vida, narrar lo que sucede con la gente, destapar los entretelones del poder, contar historias, miles y millones de historias de miles y millones de personas.
Cuando hablo con los jóvenes de las facultades de comunicación de las universidades, la pregunta que más escucho es qué pasará con el periodismo en los próximos meses y años.
Me preguntan si habrá fuentes de empleo para ellos, si los temas se volverán rutinarios y monótonos, cómo elevar la calidad estética de lo que hacemos.
Yo estoy convencido de que el periodismo no desaparecerá. Que permanecerá vivo, vital e intenso mientras existan personas que amen el oficio y desarrollen sus sensibilidades y su calidad en función de lo que a la gente le interesa conocer.
No hay razón para tener miedo al futuro del periodismo y de los periodistas si nosotros construimos el futuro de la profesión.
Esa construcción o reconstrucción no tiene directa relación con lo que hagan los demás a favor o en contra del oficio, sino con lo que nosotros seamos capaces de hacer en el repensamiento y ejecución de nuestra tarea cotidiana.
En las salas de Redacción se reflexiona, se debate, se delibera, se proponen temas, se plantean nuevas maneras de decir las cosas.
Pero nunca será suficiente. Nos hace falta tomar distancia del vértigo y la presión, de la hora de cierre, de las implacables exigencias que tiene el día a día.
Hacer una pausa en medio de la vorágine, decíamos alguna vez. Una pausa que nos permita entender que el periodismo es para servir a los demás, es para ser útiles, para exponer en nuestras páginas -con respeto y ética- la vida de los demás.
Todos tenemos algo que contar. Los periodistas, por tanto, tenemos la obligación de buscar, caminar, acercarnos a la gente, estar con ella, de escucharla y ponerla en escena.
A los jóvenes estudiantes les digo que el privilegio de ser periodista no tiene que ver con haber elegido una profesión que te llena de fama, poder o dinero, sino con la posibilidad cierta de estar en lugares y conocer personajes que de ninguna otra manera podrías conocer.
Algunos de los estudiantes me miran incrédulos, con suspicacia, con duda.
Pero yo les digo que esa actitud, precisamente, es la que necesita un periodista: la duda, la curiosidad y la suspicacia como herramientas esenciales del oficio.
En calles, caminos, carreteras, pueblos, ciudades, provincias, en todas partes existen héroes silenciosos, personas que emprenden proyectos, gente que sufre, seres que hacen cosas notables, únicas, llenas de amor y sacrificio.
Ellos son quienes edifican y dignifican la sociedad. A nosotros nos toca averiguar, preguntar y contar quiénes son ellos, cómo su ejemplo puede multiplicarse para construir un país mejor.