Con el socialdemócrata Aecio Neves apeado de la carrera por el Palacio de Planalto, dos mujeres, que representan dos visiones distintas de la izquierda latinoamericana, se disputan la Presidencia de Brasil.
La ‘verde’ Marina Silva vs. la ‘roja’ Dilma Rousseff. Ese es el actual escenario, impensado hasta el pasado 13 de agosto. Ese día, en un accidente de aviación, falleció Eduardo Campos, candidato del Partido Socialista Brasileño (PSB). En su lugar emergió Silva, quien ya había sido una de las sorpresas de las presidenciales del 2010. Entonces, terminó tercera y se dio a conocer como una figura con enorme futuro político.
Un futuro político que, al parecer, se redescubre y se acelera en los tiempos con la muerte del aspirante del PSB, que no solo trastocó el tablero electoral. También, colocó de cabeza a la heredera política del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva y abanderada del Partido de los Trabajadores (PT).
¿Qué ha pasado desde entonces? Rousseff perdió la delantera en las encuestas de cara a la primera ronda del 5 de octubre. Además, en la simulación de una más que probable segunda vuelta, el 26 de octubre, sería derrotada por Silva. Aparte de eso, la caída en la intención de voto de la Mandataria coincide con la recesión técnica que afronta el gigante sudamericano. Rousseff y su gobierno sufren ahora la resaca pos Mundial de Fútbol.
La división que evidencia la izquierda de Brasil, con los ‘verdes’ y ambientalistas por un lado, y los ‘rojos’, por otro, se adereza con otro ingrediente. Este adquiere trascendencia, en un país que asiste a una creciente disputa entre confesiones religiosas por ampliar su influencia. La Presidenta ha destacado los antecedentes católicos y ha impulsado sus relaciones con la Iglesia Católica. En la acera contraria, Silva ha dejado en claro que es una activa creyente evangélica. Al margen de las distintas visiones políticas, el factor religioso pudiera incidir en la cerrada elección.