Renata Salazar. Sierra Centro
Marco Punina suspira. De su boca expulsa una bocanada de humo caliente que se extingue en pocos segundos.
Sus chacras están regadas como colchas en el páramo, donde la temperatura no supera los ocho grados centígrados. A diario camina “montaña pa’ arriba” para cuidar sus cultivos de papas y arvejas. Es el tercer sábado de marzo. Este menudo y pequeño campesino ha recorrido más de 5 km a pie desde su comunidad Yatzaputzán para llegar a sus parcelas, que están rodeadas de pajonales de tonalidades verdes y cafés.
Se agitan con la brisa helada de uno a otro lado. Algunos miden casi un metro de altura. El pajonal es igual que una esponja. Cuando se lo pisa es suave y húmedo. De la tierra surge el agua límpida y helada, que luego va a las vertientes de los ríos.
El pueblo pertenece a la parroquia Pilahuín, del cantón Ambato, en Tungurahua. En las últimas décadas, los indígenas de la zona han partido las esponjas, que a más de agua tienen nutrientes para sembrar los productos.
Punina explica que el daño de los pajonales se debe al aumento de la población. Hace pocos años había 15 familias, hoy son 85. “Donde antes sembrábamos, mis cuatro hermanos tienen su casita. Entonces se buscó un nuevo lugar para sembrar. Nosotros vivimos de la agricultura y de la cría de animales”.
Punina tiene 23 años y usa un ‘jean’, botas de caucho, una chompa y una gorra. Su ropa está manchada de tierra.
El camino por donde asciende está lleno de lodo. Luego de varios minutos, se pierde en la cima de la montaña, cubierta por una espesa neblina.
Yatzaputzán está junto al volcán Carihuairazo. En los alrededores del coloso llueve entre 700 y 800 milímetros al año. Ahí se forman varias vertientes, especialmente subterráneas. Estas forman parte de las cuencas que alimentan a los ríos Ambato, Pachanlica y otros afluentes importantes de Tungurahua, que son utilizados por cientos de agricultores para irrigar sus cultivos.
Él no sabe cuántas hectáreas de páramo de Yatzaputzán se destruyeron, pero sí está consciente de que cada vez llueve menos y que varios ojos de agua se secaron irremediablemente.
Por eso, en el 2006, los pobladores decidieron impulsar un plan para conservar el páramo. “Cada día que pasa la tierra está más seca. Antes, el pajonal era una esponja de agua. Ahora hay varias partes donde la tierra ya no absorbe nada”.
En la zona se declaró área protegida a 80 hectáreas ubicadas entre Yatzaputzán, Río Blanco y Tamboloma.
Está prohibido cultivar. Además, los sábados los comuneros se juntan para pedir a la gente que no queme los páramos.
La Fundación EcoCiencia, el Proyecto Páramo Andino y el Herbario de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) realizaron el año pasado un estudio para determinar cuántas hectáreas de páramos tiene el país. Se determinó que existen 1 337 119 ha. Esto es el 6% del territorio nacional.
El Ministerio del Ambiente indica que son 1,5 millones de hectáreas: 800 000 están en áreas protegidas.
En tanto, la Secretaría Nacional de Agua (Senagua) señala que hay 1 843 477 hectáreas de páramos que abastecen de agua dulce a 4 millones de habitantes de Riobamba, Quito y otras ciudades. Alrededor del 40% del territorio de páramo se encuentra en áreas protegidas, el 30% en comunidades y minifundios y el restante 30% en haciendas.
Según Nadia Ochoa, coordinadora del proyecto de la PUCE, aún no se puede establecer cuántas hectáreas de páramos han desaparecido porque los estudios se han realizado con varias metodologías y tecnologías.
El director de la Zona III del Ministerio del Ambiente, Hugo Paredes, dice que actualmente la entidad realiza una investigación sobre el tema.
Pero indica que a más de los daños por las parcelas para cultivos, al ecosistema le está afectando el pastoreo de borregos y la siembra de pino, eucalipto, y otras especies exóticas.
Yaracusha es una comuna de Bolívar. Está en la parroquia Salinas del cantón Guaranda. Este poblado está asentado a más de 3 600 metros sobre el nivel del mar. Un camino de piedra comunica a la población.
Ángel Córdova vive con su familia, conformada por 10 personas, en una pequeña casa de bloque y techo de zinc. Las viviendas son dispersas y las calles polvorientas. La madre de Córdova, Berta Chisag, cría animales. Tiene 5 llamas, 10 borregos y 3 cerdos. Dice que poco a poco quiere tener solo llamas porque los borregos, con sus patas, destruyen el páramo. Cuando pastan arrancan el pajonal. “En cambio los camélidos no, porque tienen almohadillas y sus dientes podan el páramo”.
En Yaracusha hay 300 habitantes. Más del 50% cría borregos que pastan en los páramos.
En Bolívar, según el III Censo Nacional Agropecuario, difundido en el 2002, hay más ovejas que llamas y alpacas.
El estudio contabilizó 78 126 borregos y apenas 77 alpacas y 2 995 llamas de pelaje grueso y suave. Córdova dice que hace falta capacitación para aprovechar la lana de las llamas y alpacas.
Durante estos meses los dirigentes llevan estos animales con el objetivo de disminuir la población de ovinos. “Pero queremos que digan cómo y a quién vender la lana, de lo contrario la gente seguirá criando para obtener lana y carne”. Estos productos se comercializan en la actualidad en Riobamba y en Guaranda.
El caserío Gallo Rumi está ubicado cerca de la vía empedrada Guaranda-Riobamba. Este camino es uno de los accesos para dirigirse hacia el nevado Chimborazo, otra reserva de agua de donde nacen los ríos Chimborazo, Blanco, entre otros.
Grandes y espesos pinos flanquean la vía y las decenas de hectáreas de páramo que aún quedan. Este árbol se sembró en la década de los noventa. Fue un proyecto impulsado por el Ministerio del Ambiente.
En Bolívar, Chimborazo y Tungurahua se sembró pino en 18 000 hectáreas, con el fin de abastecer la demanda de madera en el país y dar una fuente de ingresos a los indígenas.
Rodrigo Inga, técnico del Ministerio del Ambiente de Bolívar, considera que este plan fue desacertado porque el pino es una planta que da sombra y los pajonales necesitan luz para crecer.
Además, sus raíces profundas y gruesas destrozan las esponjas. “Este árbol no se debió cultivar en estas áreas. El suelo es frágil. Ahora se trata de talarlos lo más pronto”, detalla.
Gallo Rumi, asentado en una ladera, se fundó por la bonanza que generó la comercialización de madera. Hay 12 casas. Todas son de cemento. En una plazoleta de tierra están esparcidas ramas y pedazos de tronco. La gente usa la madera para cocinar y calentar agua para bañarse.
Pedro Ilvai es el presidente de la comuna. Recuerda que antes los pajonales cubrían las montañas que rodean al pueblo. Reconoce que por la siembra de pino varias vertientes se secaron.
“A más de que es árbol de sombra, absorbe mucha agua para crecer. La tierra está ahora erosionada. Obtenemos dinero de la venta de la madera que aún tenemos”. No da cifras de cuánto ofertan ni a dónde.
Tres provincias tienen un plan
Un proyecto para conservar los páramos se desarrolla en Tungurahua. Esta iniciativa es impulsada por el Consejo Provincial y por los movimientos indígenas.
Según Manuel Ainaguano, dirigente del Movimiento Indígena de Tungurahua (MIT). El plan consiste en emprender, a mediano y largo plazo, actividades de reforestación y creación de microempresas en las zonas altas de la provincia como Pasa, Quisapincha, Chibuleo, entre otras.
Para realizar estas actividades se conformó un Fondo de Manejo de Páramos. La entidad tiene un presupuesto financiado con aportes de la Prefectura, Empresa Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Ambato y otras instituciones.
En Cotopaxi y Chimborazo también se impulsan iniciativas de conservación.
En la primera provincia están listos los estudios de las cuencas hidrográficas que hay en esa zona. Estos datos servirán para realizar proyectos.
En Chimborazo, la Secretaría Nacional del Agua realiza una investigación en los páramos ubicados en Atillo y Ozogoche. También se busca conformar un Fondo de Páramos.
La fauna del páramo
Los bosques de polylepis, de montanos pluviales, de altimontanos, de los Andes del norte, que están ubicados a partir de los 2 600 metros sobre el nivel del mar, también forman parte de los páramos. En estos habitan animales como venados, pájaros curiquingues y conejos.
En la década de los noventa, el Ministerio del Ambiente, ex Inefan, introdujo vicuñas para proteger los páramos del nevado Chimborazo, una de las reservas de agua más importantes con que cuenta el país. Con esto se buscó eliminar la población de borregos. Estos camélidos constituyen una las principales atracciones en el coloso.
La Fundación EcoCiencia, el Proyecto Páramo Andino y el Herbario de la Pontificia Universidad Católica realizan el monitoreo y estudios constantes del manejo de los páramos.
Punto de vista
Luis Reinoso / Ambientalista y Biólogo
‘La protección de los páramos es urgente’
La única esperanza para obtener agua que existe ahora es el páramo. Los glaciales se están derritiendo, ya no nos sirven.
Solo nos queda realizar un manejo adecuado del páramo para conservarlo, para que se mantengan las vertientes que alimentan a los ríos y hasta para que influya en el clima. En los páramos es donde más llueve.
Los gobiernos no pensaron en que los páramos algún día desaparecerían al igual que el agua que nace allí.
Cuando la paja y todas las especies vegetales de estas zonas interceptan el vapor caliente, que viene de la Amazonía o del Litoral, condensan el agua.
Esta va al suelo y la mayor parte se infiltra en el subsuelo y sale a través de las vertientes.
Los gobiernos han hecho una inversión en construir canales de riego, hidroeléctricas y otras obras de infraestructura, pero no consideraron que si las vertientes se secan esas obras no funcionan. En la provincia de Cotopaxi, por ejemplo, se han construido cientos de canales y ya están secos. Nadie hace nada para conservar los páramos. No hay ni estudios claros que indiquen cuántas hectáreas se han perdido.
Si se acaban los páramos, luego ese suelo no sirve ni para la agricultura ni para pastar ganado.
Una de las acciones que se debe hacer es poblar los páramos de camélidos y retirar a las vacas y borregos. Hay que declarar áreas protegidas para que la gente no siembre.