El bonsái busca nuevas estéticas

Redacción Guayaquil

Un cascol de 30 años, una veranera de 15, un pechiche de 30, un ficus de 38... Eran más de 170 bonsáis en exhibición en el salón principal de la Plaza Baquerizo Moreno.

Los estilos variados de los    árboles enanos  hicieron más atractiva la muestra.  Recto formal, aparaguado, informal, saikei, cascada, moyogi, tronco múltiple, doble tronco, bosque. No hay límites para este arte milenario. 

El  Club  Bonsái  Guayaquil  organizó  la I Convención Internacional. Y para la cita trajo   a dos maestros mundiales y autores de libros: la venezolana Milagros Rauber y el francés François Jeker. El chileno Daniel Daza se sumó como especialista  en juníperos (el género más usado en bonsái).

Durante  tres días, las 25 socias del club trabajaron  perfeccionando las técnicas del diseño, el estilo bosque y el tallado de la madera muerta, una tendencia actual y conservacionista.

Jeker estudió cada uno de los árboles que llevaron las talleristas para diseñar un proyecto. El primer paso era conocer la historia del árbol, su edad, la aspiración de la dueña  y  escuchar sugerencias. Luego, con una plumilla dibujaba   en su cuaderno  cómo debía quedar    el bonsái  en tres, cinco u ocho años. El maestro,  además, explicaba  las técnicas y las  herramientas que se debían usar para hacer el proyecto.

La dueña de cada árbol -a partir de ese diseño- empezaba a trabajar en su planta.

La técnica de madera muerta se trabaja, generalmente, en árboles recolectados o rescatados de jardines o construcciones. Por eso se considera una forma de conservación. Jeker recomendó que para recolectar un árbol hay que observar que tenga potencial para bonsái  y tener cuidado en el corte que se haga.

Aparentemente, estos árboles tienen una parte del tallo o ramas muertas, y ahí  se talla o pule, dijo Mercy de Verduga, una de las expositoras, con 25 años dedicada al bonsái. Incluso, Jeker enseñó la técnica de envejecimiento en la parte muerta.

El chileno Daza aseguró que los bonsaijistas son conservacionistas. “Al momento que llevas un bonsái a una familia joven,  le vas a enseñar a los niños que no es un árbol cualquiera, que hay que cuidarlo, que tiene valor y es un arte. Así se recuperan especies en peligro de extinción”.

Rauber dijo que cada país aporta  con su flora para crear nuevas estéticas. Como ejemplo citó el cascol,  un árbol de la Costa ecuatoriana, de fácil manejo.

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