En un formidable intercambio epistolar publicado hace 13 años, bajo el título: “En qué creen los que no creen”, el sacerdote jesuita y arzobispo de Milán, Carlo María Martini, y el filósofo laico Umberto Eco, semiólogo y escritor, opinaron sobre la ética de fin de siglo en un mundo donde -lo reconocían ambos- los conceptos viven la más grande relativización y por ende los valores que mueven a los seres humanos pueden ser tan cambiantes cuantas interpretaciones y conveniencias existan.
La ética del laico (ateo) y la del creyente debían, según ellos, encontrarse en un territorio común, sobre todo, como precisa Eco, porque ”también actúan mal quienes creen disponer de unos cimientos absolutos de la ética”.
El padre Martini dijo: “Ético es el hombre que en buena fe no ama; no ético es el hombre que ama porque, pese a su convicción de no deber amar, quiere evitar la desaprobación social”; haciendo a la ética un sinónimo de buena fe (bona fide).
“La rectitud de la conciencia, la buena voluntad, la convicción de hacer aquello que sin la menor duda todo ser consciente debe hacer es la buena fe, y su contenido puede ser incluso muy distinto. Hay quien ama al prójimo porque está convencido de deber amarlo, y hay quien no lo ama porque, a su vez, de buena fe, está convencido de que no existen motivos para amarlo”. En cuanto actúa de buena fe, también este último realiza en sí el principio fundamental de la ética, es decir, su no ser (ni actuar) en mera conformidad con la ley; de ello se desprende que, si la Ley es un limitante a la rectitud de conciencia, es ético actuar de tal manera para que deje esta de regir.
El principio de la buena fe es tan antiguo como el Derecho y es sustento del sistema jurídico contractual público y privado; la buena fe es pilar de la legitimidad de los actos del poder público y de la seguridad jurídica; alrededor de él se ha creado el Código Civil y de Comercio, entre otros, y es precisamente argumento esencial para todo legislador al hacer las leyes que su patria necesita. La buena fe es la savia del Sumak Kawsay.
Nadie tiene el monopolio de la ética, y peor los gobernantes, porque la ética pertenece al fuero interno de cada humano. La “ética del poder” es el cumplimiento de la Constitución y la Ley con bona fide por parte del individuo–autoridad, sin acomodar a su propio interés. La persona de buena fe cumple a cabalidad y sin aspavientos sus obligaciones, consciente siempre de su buen actuar.
El país asiste al teatro de acusaciones entre Correa y el ex presidente Noboa, entre alcaldes, ex alcaldes, concejales, ex concejales. Diciéndose creyentes no evidencian buena fe en sus actos. Si fueran ateos su ética, igual, parecería nula.
Columnista invitado