Unos 80 casacas rojas de Patate, Puerto Quito, Rumiñahui, Mejía y la capital colaboraron en la emergencia, así como 50 soldados del Fuerte Militar Atahualpa. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Con motoguadañadoras, sierras eléctricas, sopladoras y batefuegos los bomberos del cantón Mejía controlaron hoy, miércoles 3 de octubre del 2018, el incendio en el costado oriental del cerro Atacazo, en la zona de Miraflores Alto.
Hasta ayer, 839 hectáreas de consumieron y para hoy eran más de 910.
Unos 80 casacas rojas de Patate, Puerto Quito, Rumiñahui, Mejía y la capital colaboraron en la emergencia, así como 50 soldados del Fuerte Militar Atahualpa. Ellos fueron distribuidos en el costado suroriental de la montaña.
Gabriel Conde, comandante del Cuerpo de Bomberos del cantón Mejía, informó que desde las 04:00 están en la zona de Mirador Alto, a 3 707 metros sobre el nivel del mar. En medio del humo, apagaban las llamas con los batefuegos. Otros utilizaban las sopladoras y abrían zanjas para que no se extiendan.
Ellos observaron como ardillas, conejos y cuyes silvestres, así como lagartijas se alejaban asustados del fuego.
A las 10:30, las llamas localizadas en el flanco oriental del cerro fueron apagadas, pero en la cima de la montaña había dos focos que continuaban encendidos. Un helicóptero MI del Ejército arrojaba agua sobre estos.
El Cuerpo de Bomberos de Patate colaboró con tres uniformados. Uno de ellos es Luis Sanipatín.
“Llegamos el domingo por la noche. Nos duele como atentan contra la naturaleza”, dijo el bombero. El del Atacazo es uno de los incendios más fuertes que ha combatido en su carrera.
También estuvo el capitán Jorge Soria, de 47 años, junto a su hijo, también bombero. Contó que, en sus 20 años de carrera, varias veces ha colaborado con sus colegas de Mejía.
“Cuando hay emergencias en Patate, los bomberos de Mejía nos ayudan. Tenemos bosques bastante grandes de pino y eucalipto que se han destruido”, manifestó.
A su criterio, trabajar con su hijo en el incendio del Atacazo fue una gran experiencia. Hoy, él utilizó la sopladora y su hijo lo apoyaba con el batefuego.
El joven lleva el mismo nombre de su padre y tiene 22 años. La única diferencia es que él pertenece a los bomberos de Mejía. Ingresó allí cuando se abrieron vacantes para nuevo personal. “Trabajar con mi papá es lo mejor porque tenemos confianza, trabajamos hombro a hombro para salir adelante”.
Cursa el octavo semestre de Ingeniería en Gestión de Riesgos de la Universidad Internacional. Sus estudios los compagina con su carrera de bombero.
Ambos son expertos rescatistas en aguas rápidas. Han atendido emergencias de gente que estuvo a punto de ahogarse en el río Pastaza.