Celebración del aniversario de los Bomberos de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
La 9 de Octubre amaneció con un ambiente de playa en plenas vacaciones. Desde las 10:00 de este domingo 4 de octubre del 2015, cientos se paseaban por las veredas adoquinadas con zapatillas, shorts, camisetas holgadas, bermudas, hasta botas, encauchados y paraguas. Y enormes bolsos en los que ocultaban otra ‘muda’ de ropa.
Llegaron preparados para disfrutar del habitual -por estas fechas- ejercicio de agua organizado por el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, una tradición que para algunos todavía no es tan familiar. Y por eso terminaron empapados, sin opción para cambiarse de ropa.
Pero no había razón para molestarse. Además, el implacable sol guayaquileño -más despiadado por estos que de costumbre- obligaba a pedir a gritos que las motobombas empezaran a lanzar los refrescantes chorros de agua.
Pero había que seguir el protocolo. Los carros escaleras de la Compañía Salvadores y de la Unidad de Rescate se estacionaron estratégicamente en la calle Pedro Carbo. Ahí elevaron sus escalerillas metálicas que sirvieron para sostener con arneses una bandera de Guayaquil gigante.
Antes de las 11:00, la hora cero, las otras compañías instalaron sus cuarteles a lo largo de la 9 de Octubre, cerrada por completo al tránsito hasta la calle Boyacá. Bomberos experimentados y voluntarios se equiparon al apuro con sus pesados trajes amarillos, algunos chamuscados y otros teñidos de hollín.
Sandra Bermeo experimentó por primera vez el infierno que siente su esposo, José Rugel, de la División de Rescate, cada vez que debe equiparse para enfrentar una misión. Logró soportar la casaca por unos minutos y luego se la devolvió, ansiosa porque comiencen los ejercicios de agua.
Otros pequeños demostraron que la edad no frena su herencia. La pequeña Ana Camila se colocó un casco rojo de plástico y una chompa con algunas insignias de juguete para acompañar a su papá, el subteniente Juan Ugarte de la Cia. Sucre 19.
Y Miguelito de 2 años, hijo del subteniente Miguel Villegas de la División Rescate, colocaba sus manos en los tirantes de su overol. En su pecho dejaba ver el mensaje de su camiseta, que de seguro marcará su vida: bombero junior.
Una alarma sonó casi junto a la calle Boyacá. Y contagió, como en una epidemia, a todos los camiones rojos. El eco se hacía más fuerte mientras avanzada el carro de combate que transportaba al coronel Martín Cucalón, jefe del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil.
Lo acompañaron el coronel Oswaldo Ramírez, de Cuenca, y el coronel Eber Arroyo, de Quito. También, entre la multitud, se paseaban bomberos de Argentina, Guatemala, hasta de Houston (EE.UU.). Ellos fueron invitados por conmemorarse los 180 del Cuerpo de Bombero al servicio de Guayaquil, un homenaje que además coincide con las fiestas de independencia de la urbe porteña.
El paso de las autoridades desató una lluvia sobre la 9 de Octubre. Las mangueras parecían fuentes, los arcos de agua parecían alcanzar la altura de algunos edificios, las nubes de rocío refrescaban a los más distantes -quienes se refugiaban tras los postes y portales-, mientras que los más decididos -o quienes estaban preparados-, se metieron en los potentes chorros de agua cristalina.
La motobomba Crown resaltó entre las casi 20 que se aparcaron en esta zona céntrica. Es un auto clásico, del año 1870 y miembro más de la Cia. García Avilés. Pero la de hoy será una de las últimas presentaciones.
El teniente Manuel Villavicencio, jefe de la división, dijo que los bomberos planeaban su retiro con honores, en medio de un gran arco de agua. En adelante pasará a la escuela de formación para colaborar desde otro frente.
Las fotos con celulares y tabletas fueron una buena forma de llevarse un recuerdo de esta motobomba. Y también de esta celebración empapada.
El teniente Mario Ordeñana, con 10 años de experiencia en la institución, fue fotografiado por padres y madres, quienes lo observaron mientras enseñaba a un montón de niños cómo se manejan las mangueras contra incendios. Cada pequeño pasó junto a él para sentirse bombero por unos segundos.
Ordeñana también dejó tiempo para su hijo Mario Gabriel, de 3 años, y para su esposa, la también bombero Ginger Pérez, especializada en la División Forestal.
“Hemos pasado momentos difíciles, como el incendio en el edificio de Las Cámaras (en el 2012), en el que, pese a todo el esfuerzo, murieron algunas personas. Mi esposa ha combatido incendios en Cerro Colorado. Siempre corremos riesgos, por eso debemos valorar estos momentos de alegría con nuestras familias y junto a la ciudadanía”.