El ‘Black Lives Matter’ tiene el reto de trascender la protesta

La muerte de George Floyd a manos de la Policía generó una ola de protestas contra el racismo. Foto: EFE

La muerte de George Floyd a manos de la Policía generó una ola de protestas contra el racismo. Foto: EFE

La muerte de George Floyd a manos de la Policía generó una ola de protestas contra el racismo. Foto: EFE

El discrimen socava el sano sentimiento de pertenencia a una sociedad. Si la discriminación o la persecución se sostienen en el tiempo como un vehículo de odio racial, por ejemplo, pero además son abiertas y brutales, el camino para el levantamiento e incluso para la revolución está allanado.

Al ‘Black Lives Matter’ (las vidas de las personas negras importan), que en el año de la pandemia se convirtió -por intensidad y alcance- en el más grande movimiento de protestas de Estados Unidos, le costó mucho trascender el reclamo airado en las calles para aterrizar en propuestas y concretar cambios profundos frente al racismo.

El movimiento se inició en 2013 en contra de la muerte de afroamericanos en acciones policiales pero desencadenó una oleada de indignación y protestas a nivel internacional, tras la muerte de George Floyd, el 25 de mayo en un vecindario de Powderhorn, en Mineápolis, Minnesota.

Las concentraciones masivas desafiaron los protocolos de la crisis sanitaria.

Floyd, un afroestadounidense de 46 años, había sido arrestado por intentar realizar una compra con un supuesto billete falso de USD 20 en una tienda de comestibles. Y falleció luego de que un policía le presionara el cuello con su rodilla contra el asfalto, un arresto transmitido en vivo en Facebook Live por un espectador.

En su ensayo ‘El virus del desprecio’, del libro ‘Contemplaciones’ (Editorial Salamandra, 2020), la escritora británica de ascendencia jamaiquina Zadie Smith reflexiona sobre ese otro virus que es el racismo.

Smith sugiere una democracia también socavada. “Si los representantes a los que hemos elegido nos tratan con desprecio, y los llamados cuerpos y fuerzas de seguridad nos ultrajan es porque creen que no tenemos ningún recurso, ningún poder, salvo una fuerza que desde hace mucho suponen demasiado fragmentada, demasiado dividida y demasiado olvidada para que sirva de algo: el poder popular”, apunta.

Las tres fundadoras del movimiento BLM (Black Lives Matter) han reivindicado la incidencia y el peso de las protestas en la derrota de Donald Trump y en una transformación de la política, aunque el objetivo -según dicen- es transformar la forma en la que opera el poder.

El filósofo y profesor estadounidense Cornel West, una figura en la lucha contra el racismo, parafraseó a Samuel Beckett cuando decía: “Intenta de nuevo, falla de nuevo, falla mejor”, en referencia al cambio de estructuras arraigadas por más de 400 años.

“La historia de Estados Unidos lidiando con el legado de la supremacía blanca está fallando, pero tratando de fallar un poco mejor, exigiendo responsabilidad un poco mejor, condenando un poco mejor...”, declaró West a la BBC.

El BLM, que se erigió como un movimiento pacífico, ahondó en una mayor polarización y dejó también una estela de violencia con minorías de manifestantes que sembraban el caos por las noches, y protagonizando saqueos y quemas de vehículos.

La analista política ecuatoriana Arianna Tanca, que siguió el movimiento, explicó que, tal como sucede con las luchas de género, queda muy poco espacio para la crítica en Black Lives Matter, porque eso ­conlleva a ser encasillado de inmediato como supremacista blanco.

Se trata -dice- de un clima de censura a la libertad de expresión, donde se evita la posibilidad de escuchar criterios opuestos y los temas incómodos se cancelan en desmedro del debate público.

Es un fenómeno que genera más intolerancia, pero que funciona en ambas vías de la polaridad política. “Esta polarización extrema da paso, de lado y lado, a una cultura de la cancelación: me incomoda tu idea, me incomoda tu discurso, entonces simplemente lo cancelamos”, resume Tanca.

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