Lula y el primer ministro ruso Vladimir Putin han elevado sus voces en defensa de la libertad de expresión. Bienvenidos. “¿Por qué han encarcelado a Assange?”, ha preguntado el ruso. “¿Es esto la democracia?”, ha vuelto a preguntar; seguramente porque no ha de tener mucha idea de lo que se trata.
Lo del Presidente brasileño no es tan novedoso como lo de Putin. El siempre está dispuesto a pontificar y establecer lo que está bien y lo que está mal. Aplaudió la difusión de los documentos del Departamento de Estado porque “desnuda una diplomacia que parecía inalcanzable”, y añade con ese estilo suficiente de los últimos tiempos “no veo ni una protesta por la libertad de expresión”. En eso se equivoca. La ha habido, por lo de Wikileaks, por el derecho de cada ciudadano a buscar, a difundir y recibir información, a través de cualquier medio y sin ningún tipo de limitación; por la libertad de prensa y por el libre ejercicio de la actividad periodística. Porque es sabido que para Lula, por ejemplo, en Venezuela hay “plena libertad de prensa”. Sostiene que hay liberad de prensa en un país donde Chávez cerró un canal de televisión -RCTV- y busca clausurar o apoderarse por medios ilícitos del único canal independiente que queda funcionando -GloboVision-, donde se impuso una medida similar a la impuesta por Hitler por la cual la imagen, nombre, figura del Presidente no pueden ser utilizados sin su autorización y donde los atropellos contra la libertad de expresión son continuos. Este es el mismo Lula amigo de Fidel y Raúl y el que respalda a Correa, Ortega, Evo Morales y a Cristina Kirchner, quienes -como se sabe- son fanáticos defensores de la libertad de expresión y respetuosos de la libertad de prensa en sus respectivos países, que da gusto.
Hasta en su propio país Lula no aparece tan solidario ni tan liberal con los periodistas y los medios de prensa como con Julián Assange y Wikileaks y ha sido acusado de promover, desde el Gobierno y a través de “organizaciones sociales” que responden a su partido -el PT-, un Congreso Nacional de Comunicaciones, del que surgió un proyecto de ley para el “control social” de los medios -nuevo nombre de la censura- que quedó como legado para su ‘delfina’.
Durante la reciente campaña electoral además, Lula tuvo un discurso irascible contra la prensa, utilizando calificativos propios de gobernantes autoritarios, como decir que hay revistas que “destilan odio y mentiras” y que iba a derrotar a algunos periódicos y revistas que se “comportan como partidos políticos”, o caer en la soberbia al sostener que la población no necesita medios de comunicación ni formadores de opinión porque, dijo “nosotros somos la opinión pública”.