Doce horas de alto el fuego. Mezquino plazo de las partes en conflicto.
Ni Israel ni Hamas aceptan tan siquiera los siete días que proponen Naciones Unidas, la Unión Europea, Egipto. Tal vez les parece mucho tiempo de tregua. Quizá los fundamentalistas quieran la destrucción total del contrario.
La brutal masacre cuenta los muertos. 820 palestinos. Unicef dice que 192 son niños. 36 muertos son de Israel. Los heridos son ya más de 5 000.
A estas alturas de la historia poco importará decir que si tal o cual hecho fue el detonante del episodio de guerra.
Es deplorable el asesinato de los tres jóvenes hebreos. Es desproporcionada la reacción militar de Israel.
Gaza es una zona poblada. Es verdad que allí habitan y gobiernan los terroristas de Hamas, facción palestina que se ha ensañado contra objetivos civiles de Israel con bombas y ataques explosivos.
Las imágenes de la televisión mundial reflejan la catástrofe. Hospitales destruidos, escuelas atacadas, los civiles, víctimas inocentes.
Israel se defiende diciendo que los terroristas de Hamas tejen escudos humanos para ocultar las bombas y el armamento. Pero nada justifica la muerte de personas inocentes. Israel explica que sus armas detectan y destruyen decenas de misiles lanzados desde la zona palestina a poblados de Israel.
Ambos pueblos tienen derecho a vivir en paz, sobre todo a vivir, a crecer, a prosperar. Con la guerra y la muerte nada se ha logrado en años de tensiones, intifadas, conflictos y réplicas militares.
Israel tiene derecho a su tierra prometida. Palestina tiene derecho a su Estado y a ejercer Gobierno y autodeterminarse. Las fronteras reconocidas por la ONU deben ser seguras para ambos pueblos y Estados. No se deben vulnerar.
La indiferencia o la ceguera mundial ante la muerte no ayuda o llega tarde, como el último llamado a una tregua precaria. La sordera de las partes, tampoco. Si hay Dios, cada fiel tiene el suyo, y cree en Él,que pare la guerra inútil.