‘Los borregos, los bosques de pino y los cultivos ponen en riesgo a los páramos” es el título de El Reportaje de la Semana, publicado por EL COMERCIO, diario independiente, el domingo pasado. Tal riesgo es una tragedia que ya se ha iniciado: el colchón de agua que significan los páramos se va secando, van desapareciendo las fuentes que alimentan los ríos, y como hasta el presente no hay una política de Estado que haga respetar el derecho de las víctimas estas que se levantarán sedientas de justicia.
En la historia de los páramos andinos han intervenido el conocimiento empírico en base a la observación inteligente de los fenómenos de la naturaleza, la ignorancia de los pobres y la codicia de los poderosos. Se trata de una sucesión de hechos asombrosos e inauditos.
Se requirieron miles de años para que los camélidos andinos (llamas, alpacas y vicuñas) por sus características de adaptación a un hábitat frágil fueran un milagro de la naturaleza. En tal entendimiento los Incas domesticaron llamas y alpacas, y las trajeron al norte del Imperio a mediados del siglo XV. Se multiplicaron de manera portentosa en apenas 50 años, tanto que Cieza de León refiere los inmensos rebaños de “ovejas de la tierra” que vio en las faldas del Chimborazo. A poco de la Conquista llamas y alpacas prácticamente desaparecieron de los Andes ecuatorianos. Fue una tragedia: “Por ninguna vía estas gentes pudieran pasar la vida sin estos ganados”, es opinión del mismo Cronista de Indias.
Con la lana de los merinos castellanos se elaboraban las ponderadas bayetas de la Real Audiencia de Quito. Cuando su exportación cayo y con la expulsión de los jesuitas también se fueron esos extraordinarios ‘hermanos legos’ maestros en agricultura y ganadería, a los borregos se los envió a pastar en los páramos al cuidado de indios, ignorantes en tal actividad; degeneraron, al tiempo que iban dejando manchas de tierra erosionada y sin vegetación. El agua de las lluvias fue rodando por las laderas.
Es a partir de los años sesenta del siglo pasado que la tragedia se vuelve colosal e imparable. Se siembran millones de pinos en miles de hectáreas que llegan hasta la cumbre de los páramos, contrariando claras disposiciones que nadie hace caso. Se conoce de extensos pinares que fueron financiados por el Banco de Fomento (!). Borregos esqueléticos y de lana como de cabuya se reproducen sin consuelo. A los ‘paperos’, como los de mi pueblo, poco les falta para llegar hasta las nieves, las cuales por el calentamiento global van achicándose.
La codicia de los madereros no tiene límites ni frenos y no tan solo en la Sierra sino también en la Costa y el Oriente. Y todo este apocalipsis a vista y paciencia de autoridades que a lo que llegan es a ordenar diagnósticos que concluyen en nada.