Soldados iraquíes transportan voluntarios a la base de Muthanna en Bagdad (Irak) hoy, viernes 13 de junio de 2014. Foto: EFE
La fulminante ofensiva de los rebeldes yihadistas en Iraq preocupa cada vez más a Europa y el resto de Occidente, donde comienzan a hablar de la aparición de un nuevo país: el Yihadistán.
Los combatientes sunnitas del Estado Islámico en Iraq y el Levante (EIIL) tomaron esta semana con una facilidad desconcertante varias ciudades.
Frente a fuerzas iraquíes incapaces de oponerse y a un poder chiita totalmente impotente, la estrategia integrista, que comenzó a principios de año, se encamina a sumergir en el caos a ese país, rico en petróleo.
Su última conquista es Tikrit, situada 160 kilómetros al norte de Bagdad. Una ciudad cargada de simbolismo, pues fue allí que nació el exdictador Saddam Hussein, derrocado y ejecutado tras la invasión estadounidense en 2003. En las últimas horas los extremistas intentaron apoderarse de Samarra, a 100 kilómetros al norte de la capital. Desde el martes, además, el EIIL tiene en su poder -y casi sin combates- la provincia de Nínive.
Considerado por Estados Unidos y Europa como “una amenaza para la estabilidad de toda la región”, el EIIL previno en un comunicado que “no piensa detener la serie de invasiones benditas por Alá”.
Ultrarradical y acusado de los peores abusos en Siria, donde combate contra el régimen de Bashar al Asad, el grupo islamista controla desde hace un tiempo amplios sectores de la provincia occidental iraquí de Al-Anbar, fronteriza con Siria.
“El objetivo del EIIL es crear un Estado islámico”, que incluya Mossul, Saladino, Diyala y Anbar, además de las provincias de Deir Ezzor y de Raqqa en Siria, indicó Aziz Jabr, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Al-Mustansiriyah en Bagdad.
En Siria, el EIIL ya conquistó toda una parte del este del país, asegurándose así una continuidad territorial con su feudo iraquí. Ese es el objetivo de Abu Bakr al-Baghdadi, su líder: crear una base yihadista sobre el modelo de lo que significó Afganistán para Al Qaeda, pero a unos pocos de miles de kilómetros de Europa.
Sin embargo, bajo el reino de los talibanes, en los 90, jamás Al Qaeda controló tanto territorio. Y a menos que Occidente decida intervenir -bastante improbable-, el avance seguirá.
El régimen sirio de Al Asad lo deja actuar por razones tácticas, mientras que el Gobierno iraquí es incapaz de detenerlo.
Practicando una política sectaria pro-chiita, el gobierno de Nouri al-Maliki se ganó una violenta hostilidad de la comunidad sunnita iraquí, que no duda en apoyar al EIIL.
“El movimiento vive gracias a ese encono”, señala el investigador Romain Caillet. El Consejo de Relaciones Exteriores norteamericano estimó que, solo en Mossul, “el grupo radical colecta cerca de 100 millones de dólares anuales en impuestos”.
Y, si bien la organización no cuenta con la ayuda de ningún país de la región, también recurre al robo, los secuestros y la extorsión. Y a militantes que llegan desde Europa. El 30 de mayo, los policías franceses encontraron una bandera del EIIL en el equipaje de Mehdi Nemmouche, presunto autor de la matanza en el Museo Judío de Bruselas, que provocó cuatro muertos. Un simple trapo blanco en el cual había escrito a mano las iniciales del grupo, que se pronuncia “Da’esh” en árabe.
Ante el cariz que toma la situación, el gran ayatolá Alí al Sistani, la más alta autoridad chiita del país, llamó ayer a los iraquíes a tomar las armas contra el EIIL, en un país que tiene muy fresco el recuerdo de la violencia interconfesional de 2006-2007.
La ONU dijo ayer que cientos de personas han muerto, muchas de ellas por ejecuciones sumarias, luego del ataque de militantes islamistas suníes en Mossul.