Afectados en Babahoyo duermen en carpas de la Defensa Civil, armadas en las calles de la ciudad. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
“No podemos dormir. Trato de dormir y no puedo. La puerta de mi casa no me cierra y aún tengo cositas que cuidar”, dice Petita De Lucca, una mujer de 46 años que desde la medianoche de este 16 de abril del 2016 descansa bajo una carpa roja de la Defensa Civil.
Está entre la acera y una ciclovía de la avenida que las autoridades bautizaron como 25 de Junio, pero que los vecinos de Babahoyo, en la provincia de Los Ríos, conocen como by pass.
La casa de Petita está en una zona pantanosa de cuatro metros de profundidad.
Estaba llegando de una fiesta junto a su esposo, sus hijos de 16 y 22 años y nieta de 2 cuando sintieron el terremoto. “Mi hija se me desmayó. Yo gritaba que me ayudaran con mi hija. Fue horrible. Salimos corriendo y vimos cuando se desplomó la casa de mi hermana”, relata.
Aunque su vivienda también está afectada, ella pide ayuda para su hermana María Cepeda, de 39 años, quien vive junto a sus hijos de 14 y 22.
María tiene los ojos hinchados de tanto llorar. No puede creer que tras un fuerte movimiento telúrico lo perdió todo.
Los vecinos de Sol brisa 1 y 2 y de Paraíso 1 cuentan que las autoridades les visitaron y les llevaron colchones y carpas. Algunos vecinos les ofrecieron comida pero no alcanzaba para todos.
Mariana Mero Berrúz, de 50 años, cuenta que esta es la zona más afectada de Babahoyo porque está repleta de agua. Según ella y otros moradores, desde el presidente Rafael Correa hasta los alcaldes de turno les han ofrecido dragar la zona y hacer un relleno pero no se han concretado las obras.
Por eso, cuando antes de las 19:00 de este sábado 16 de abril del 2016 empezó el terremoto, decenas de casas empezaron a desplomase y otras están a punto de caer.
Personas danmificadas en Babahoyo. Maria Cepeda, cubierta con la cobija azul, se quedó sin casa. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Miembros de la Policía Nacional recorren la zona en motocicletas y patrulleros pero no se atreven a cuantificar los daños todavía. Por lo pronto, confirman la versión de los moradores de la zona: hay gente enyesada, ‘cogida puntos’, golpeada… pero no hay fallecidos.
“Sacaron a mi hermano y a mi cuñada. Ella se estaba ahogando”, relata Carmen Amaiquema, mientras enseña lo que queda de la casa de sus familiares: escombros sumergidos en medio de agua y vegetación.
En los caminos enlodados debido a la lluvia de la madrugada hay vitrinas de pequeñas tiendas o bazares que tenían algunas personas en sus casas para abastecer a la comunidad. Vendían, entre otras cosas, cuadernos, gaseosas, víveres y velas para cuando se va la luz.
“Salimos y vinos cómo cayó la casa”, cuentan Leonardo Caravedo y Marlon Ayala. Allí vivían cuatro familias que ahora ven con tristeza televisiones rotas, muebles destruidos y la punta de una refrigeradora que aún no acaba de hundirse.
Para Víctor Manuel Burgos, de 58 años, el dolor es doble. La faja que le ayuda a recuperarse de una cirugía de columna a la que se sometió en agosto pasado no es suficiente para aliviar el cansancio de una noche sin dormir.
Pero le afecta más ver las columnas de hierro y cemento rotas de la casa que hace 30 años construyó con sus propias manos y la ayuda de su esposa y algunos vecinos. Relata que su casa grande, de dos plantas, fue la segunda en construirse en esa zona. Allí vivían hasta antes del terremoto ocho personas.
Burgos le pidió a sus hijos que durmieran un poco aunque fuera a la intemperie, con los mosquitos que no paran de rondar. “Los necesito descansados para que me ayuden a pensar cómo vamos a salir de esta. Pero mientras haya vida, hay esperanza”.