El gringo arrepentido parece ser el nuevo tema recurrente del celuloide estadounidense. ¿Será uno de esos temas fugaces que animan las películas de tiempo en tiempo o una verdadera reflexión del cruce de caminos que enfrenta la nación americana ante el peso acumulado de décadas de atropellos coloniales y militares?
En ‘Crossings’, un Harrison Ford que se dedica a cazar inmigrantes indocumentados, consciente de la injusticia del sistema. En ‘The Line’, Ray Liotta es un asesino de la CIA, atormentado por las víctimas inocentes de sus ajusticiamientos. En ambos casos, lo latinoamericano es un contexto vital. Pero los héroes, a pesar de su arrepentimiento, no logran reivindicaciones: el primero permanece acondicionado a cumplir la misma ley que aborrece mientras expía simbólicamente sus culpas en silencio.
Y el segundo, en su afán por impedir la infiltración de musulmanes terroristas, acaba fortaleciendo el tráfico de drogas.
Pero es en ‘Avatar’ donde el síndrome del gringo arrepentido alcanza una épica manufacturada. Aparte del entretenimiento, la belleza cinematográfica y sus impresionantes efectos especiales, hay un mensaje contradictorio.
‘Avatar’ es el reflejo de siglos de explotación económica y sociocultural por parte de las naciones dominantes del llamado Primer Mundo.
En ‘Avatar’ se explota el mito del indígena noble, que resiste la dilapidación de sus recursos y de su forma ancestral de vida contra fuerzas externas de explotación apoyadas por un aparato militar.
Aunque en ‘Avatar’ se proyectan como mercenarios a sueldo, el villano es un ‘storming’ Schwarzkopf cualquiera, ángel caído del Olimpo de la heroicidad mediática del pasado.
La trama recurre a un híbrido salvador, veterano de las milicias opresoras, que usurpa el liderato de los nativos para arengarlos. Y en su ascenso, el nuevo héroe trastoca y manipula las mismas creencias culturales que fortalecen la resistencia.
Convenientemente para el libretista, es la naturaleza, mediante la intervención del usurpador, la que vence al opresor. No es el triunfo del pueblo oprimido, sino la acción de un nuevo amo benevolente que se ubica como poderoso intermediario entre el opresor, la ciencia y lo sobrenatural.
Pero es singular cómo ‘Avatar’ nos proyecta al gringo arrepentido por la sujeción a las naciones, la destrucción de culturas, la explotación de recursos naturales, los excesos del militarismo.
¿Cuál es la lección del gringo arrepentido para Puerto Rico: una colonia híbrida, explotada y sumida en la dependencia? Que toca a nosotros, los puertorriqueños, maximizar el reconocimiento de los pasados errores de los poderes coloniales para forjar alternativas soberanas que no se limiten, como en ‘Avatar’, al mismo perro con diferente collar.
El Nuevo Día, Puerto Rico, GDA