Redacción Guayaquil
Desde la popa hasta la proa, un grito alerta a los armeros. “Tiren…, tiren…, tiren…”. El eco resuena a orillas del río Guayas y se funde con los repiques de un martillo.
Cada golpe se pierde en segundos. En ese rincón de Guayaquil, el sol dibuja cruces sobre la ribera. Son las sombras de los barcos abandonados, que reposan en un cementerio entre los viejos muelles de madera. Los mangles enterrados en el agua añejan una de las tradiciones más antiguas de la ciudad puerto: los astilleros.
La brisa del Guayas evoca el oficio de cientos de artesanos, que en 1876 formaron la compañía de Vapores Fluviales. En esa época levantaron grandes navíos, para sacar la pepa de oro desde las haciendas cacaoteras. Hoy, los artesanos dejaron de tallar la madera para moldear el metal.
En el varadero Star Service, en el Guasmo, las chispas del soplete se deslizan sobre el casco oxidado del buque Robert. Debajo, Manuel Soledispa y otros armadores trataban de estabilizarlo sobre el fango. “Con fuerza, jalen…”.
En el barrio del Astillero, el trabajo de los armeros se funde con el fútbol. Sobre el asfalto caliente de La Ría, la calle que bordea el Guayas hacia el sur de la ciudad, se disputaron los primeros clásicos entre amarillos y azules.
Ahora, los escudos de Barcelona y Emelec son solo los guardianes de los pocos varaderos que se resisten a morir. El callejón Daule es el refugio del astillero Baciatore, desde hace más de 50 años. La entrada está marcada por los colores del equipo eléctrico.
Al vaivén de la marea, el barco pesquero Niña Lissette espera a sus dueños. “Aquí estuvo un año en mantenimiento, pero quedó como nuevo”, dice Carlos Lavayen, uno de los artesanos.
Los martillazos casi no se oyen. En estos días, los obreros levantaron los cables. “En agosto construiremos un barco de paquete”, cuenta José Albán, otro armador.
El azul queda a un lado y se torna amarillo. José Guayamabe es el propietario del varadero Barcelona, ubicado justo donde la calle Venezuela se sumerge en el agua.
Su oficina es un viejo escritorio arrinconado en una vereda. Desde ahí, ‘Don Guaya’ mira el ir y venir de los obreros. Ya no tiene la fuerza de hace 50 años, cuando armaba barcos de madera.
De esos recuerdos solo conserva fotos. Enfrente, un viejo tronco de mangle lo acompaña. Sus raíces se aferran al cemento.
La historia de los astilleros habría comenzado en Puná, según el Archivo Histórico de Guayas. Pero fue en las montañas de la cuenca del Guayas donde se descubrieron materiales para la construcción naval.
Los primitivos astilleros se instalaron tras el cerro Santa Ana, pero con el crecimiento de la ciudad se trasladaron a orillas del estero de Villamar, actual calle Loja.
Años después, los nuevos astilleros se instalaron en la av. Olmedo, pero los obreros prefirieron irse a la calle Mejía, ahí nació el barrio del Astillero.