Assange y yo

Ha surgido una nueva teoría conspirativa. La gran paradoja de estas teorías es que suelen comenzar por conspiraciones reales. Por ejemplo, en 1903 apareció en Rusia un libro ferozmente antisemita que describía una supuesta confabulación de rabinos y judíos prominentes para destruir los fundamentos de la sociedad y conquistar el planeta. La obra se titulaba Los protocolos de los sabios de Sión y en realidad era una fabricación de policía política rusa, encaminada a darle sustento a los pogromos y a los ataques a la izquierda antizarista, en la que figuraban algunos rusos de origen judío.

A otra escala, ahora ha vuelto a suceder lo mismo con relación a la prisión en Londres del señor Julián Assange. Su súbita detención y luego su puesta en libertad bajo fianza dejó de ser un extraño pleito en torno al uso de condones, y se convirtió en una diabólica operación de la CIA. ¿Quiénes lo dicen? Cientos de comunicadores en el mundo insondable de Internet, periódicos de papel y tinta y hasta en canales norteamericanos.

¿Cómo se originó esta nueva conspiración? Todo comenzó con Granma, el diario del Partido Comunista cubano. En ese periódico, gran vocero de la tiranía, uno de sus empleados, el francocanadiense Jean-Guy Allard, refugiado en Cuba desde hace muchos años, publicó la mentira original: Anna Ardin era “una cubana anticastrista” que vivía en Suecia y escribía contra la revolución en una página de Internet de otro cubano, Alexis Gainza. Todos, al servicio de la CIA porque tenían relaciones con un connotado agente de ese organismo, que era yo. Anna Ardin había acusado a Assange de un delito sexual como parte de sus tareas como espía cubana de la CIA.

Todo era falso y delirante. Se trataba de la utilización estratégica de un hecho notorio (Assange y los Wikileaks) para atacar a los demócratas enemigos de la dictadura cubana. Era la crónica número 32 que Allard publicaba en mi contra como parte de la campaña sistemática de descrédito montada por la policía política en la Isla. En realidad ni Anna Ardin era cubana, ni Alexis Gaínza recibe apoyo de Washington para sostener su página web (lo ayudan los liberales suecos), ni conozco a la señorita Ardin, ni he cruzado palabra con Assange, ni jamás he sido agente de la CIA, primero porque mi vocación no es esa, y, segundo, porque ni siquiera podría, aunque quisiera: hace muchas décadas la ley norteamericana le prohíbe a la CIA reclutar a periodistas que trabajen en medios norteamericanos .

Hay varias lecciones que deben extraerse. La más importante es que no es posible tomar en serio ninguna información oficial proveniente de una dictadura, como es el caso de Granma. La segunda, que antes de suscribir las teorías conspirativas, es necesario analizar cuidadosamente el origen de estas construcciones motivadas por odios políticos o por visiones ideológicas. Cuando los periodistas olvidan esto acaban por traicionar a su público y por hacer el ridículo. Es lo que acaba de suceder.

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