Alejandro aprendió su oficio de su padre, y este de su abuelo, quien a su vez fue instruido por su tío abuelo.
Así es como los Robalino se han ganado la vida. Construyendo objetos utilitarios con tagua, como juegos de ajedrez o recipientes. Esta es la línea que ha seguido Alejandro, aunque la ha variado un poco hacia la joyería artística. Confecciona aretes y brazaletes hechos con materiales como chonta, coco o calabazas, más inclusiones de plata, piedras turquesa u oro.
También hace objetos para guardar chocolates, para el azúcar, porta inciensos, para poner velas, que se pueden usar como elementos decorativos, pero que también tienen una utilidad.
Por ejemplo, el porta chocolates es hecho con calabaza o mate, (llamado también pilche, en Bucay, de ahí viene el dicho popular, además en este recipiente pasaban la sopa o la chicha) ha existido siempre, pero Alejandro lo termina con un acabado más artístico: un dibujo, incrustaciones, etc. Tiene base de chonta y una tapa de plata o coco, o un poco de bronce.
No ha tratado de cambiar de actividad por una razón de peso: cuando viaja puede llevar en una maleta todas las joyas que ha hecho, y eso le representa económicamente. Si tuviera que transportar pinturas o esculturas, o cualquier otro objeto, tendría que pagar el flete para enviar la carga pesada.
En su obra varían constantemente los motivos aunque se inclina por los reptiles. Salamandras e iguanas decoran varias de sus obras.
Pero igual no faltan las mariposas o ranas, o si va a Galápagos las tortugas y los piqueros, tiburones martillo y mantarrayas. En realidad depende del lugar a donde vaya porque “a la gente le gusta hacerse de los objetos que le rodea”.
Medardo Marcillo nació en Manabí, pero llegó a Quito en 1978. Se especializa en cristales, oficio que aprendió con su antiguo jefe, quien le dejó algunas máquinas por los 18 años de trabajo que Medardo pasó en su fábrica.
Con ellas se tallan vasos. Cuatro piedras son las encargadas de hacer sendos surcos en el cristal, posteriormente con una rueda de corcho se saca brillo a las piezas.
En realidad todo esto es muy rápido, y desde que Medardo toma un vaso liso hasta el producto final han pasado ocho minutos. Pero no es fácil y solo la práctica le permite no romper los vasos como le sucedía al principio. Si una de las 4 piedras no está bien afilada el cristal se quiebra, además, “hay que tener las manos bien suaves, porque esto va girando, se requiere agilidad en las manos, sino los vasos revientan”.
Ahora el negocio ya no es como antes. Medardo lo atribuye a la crisis económica ya que el trabajo que hace en realidad es costoso. Un vaso trabajado cuesta USD 5, mientras que otros adornos y objetos pueden alcanzar fácilmente los USD 15.
Él dice que se acabaron los tiempos cuando tenía una secretaria y dos ayudantes. Aunque poco a poco, él ha visto su negocio reverdecer nuevamente bajo el traslúcido polvo de vidrio.
A otro artesano que afectó la crisis es a José Barrera. Antiguo constructor de bargueños, esos muebles con muchos cajones (algunos escondidos) que se utilizaban para guardar los objetos más preciados. Sin embargo, el precio de estos los hace inaccesibles al bolsillo.
Por eso José se ha dedicado a construir cajas y marcos de madera, con una técnica que se llama taracea. Consiste en incrustar dentro de la estructura principal maderas de diferentes tipos, plata, hilos de plata, hueso, concha y perla.
Las láminas de hueso son en realidad de hueso de res. Después de limpiarlo se lo prensa para cortarlo, y luego se lo lija hasta que quede con un acabado brillante.
Las maderas que José utiliza para trabajar son ébano africano, platuquero (de color blanco), mascarey, caoba, nogal, entre otras.
Cuando la madera está lijada le aplica aceite de linaza doble cocido para que mantenga la humedad de la madera y resalte la veta.
Luego charola, que es un proceso que sustituye a la laca. Esta técnica consiste en mezclar alcohol metílico, con goma laca y sandraca, para acabar el producto.
Antes la mujer del ebanista era quien charolaba los muebles, ya que para este proceso se necesita calor, y como antes se cocinaba con leña, la cocina siempre estaba caliente. A José su esposa no la ayuda, tampoco sus hijos, él dice que es porque aprendió el oficio de viejo.
Una cajita toma de 6 a 12 horas de trabajo, una caja para vinos requiere unas 40 ó 50 horas para terminarla.
José dice que los artesanos tienen que lidiar contra la economía, aunque no por ello industrializa su producto. José afirma que no repite los diseños de sus obras.