Dos artesanas mantienen la tradición de la hojalatería en Ambato
Carmen Chango en su taller de hojalatería, en Ambato. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
El uso del plástico y el aluminio para la creación de diminutas figuras de adorno o artículos para el hogar no ha logrado desplazar del todo a los artesanos de la hojalatería que aún quedan en la ciudad de Ambato.
Las obras de estos artistas se volvieron famosas en las ferias de Finados -o conocida también como la Navidad chiquita-, que se realizan cada noviembre en la ciudad.
Dos obreros mantienen viva esta práctica con más de 80 años de historia. Ellos utilizan herramientas rudimentarias para elaborar con sus manos diminutos juguetes, utensilios de cocina, lámparas y otros objetos que se exhiben en sus locales añejos.
En el taller de hojalatería Carmita parece que el tiempo se detuvo. La artesana Carmen Chango usa viejas herramientas como un pedazo de riel de acero (parecido a un yunque) y un pequeño martillo para dar forma a las planchas galvanizadas o de acero japonés que adquiere en las ferreterías o las trae de Guayaquil.
Ella recuerda que fue difícil comenzar esta actividad. Al inicio los cortes no le salían precisos y la unión de las piezas no quedaba exacta, pero con el pasar del tiempo fue perfeccionando su técnica hasta convertirse en una de las artesanas reconocidas de la ciudad en este oficio.
Los estantes y las viejas vitrinas metálicas del estrecho local están llenos de ollas, baldes, regaderas, tinas, cedazos; todos fabricados en hojalata. Hace 18 años, Chango, aprendió este oficio a su suegro Ángel Caiza.
Cuando se separó de su esposo, Jorge, decidió instalar su propio taller en las calles Ayllón entre García Moreno y Cuenca. Eso le ayudó a financiar la educación de sus cuatro hijos.
Dice que en la actualidad este arte ya no es valorado. Son pocas las personas que aún gustan de los utensilios hechos a mano. “Competimos con el plástico y el aluminio, pero aún estamos vigentes en la ciudad y en el campo”.
Con su suegro y esposo, Chango aprendió a trazar los moldes, doblar y cortar los toles metálicos y a dar los acabados finales. Cada pieza es soldada con estaño. Los principales clientes de Chango están en las comunidades indígenas y campesinas de Riobamba, Guaranda, Alausí, Chunchi y Guamote a donde viaja cada semana para vender y ofertar sus productos.
También llegan hasta su taller para que les confeccione baldes, tinas, moldes para pasteles, lámparas y utensilios para recoger granos. Uno de ellos es el ambateño David Núñez que mandó a elaborar una tina de baño para su nieto. “Son modelos antiguos, las usaba mi abuelita cuando era niño y me trae buenos recuerdos”.
Con la precisión de un cirujano, la mujer une cada una de las partes de un harnero para granos. También elabora regaderas, canales para techos, candiles, achioteros, candeleros, entre otros artículos.
El trabajo de Chango se inicia a las 04:00 y finaliza a las 16:00. Se lamenta porque ninguno de sus cuatro hijos quiere seguir con esa tradición. “Creo que va a desaparecer este oficio que en antaño era conocido en Ambato”.
Cuatro cuadras más abajo de este taller, en el barrio Obrero, está el espacio de trabajo de Mercedes Caiza, quien heredó la agilidad y el arte de su padre Ángel Caiza (fallecido).
Sus padres vivían en Quito donde elaboraban juguetes de hojalata y los distribuían a toda la región. Luego, su progenitor viajó a Ambato con sus cuatro hermanos. En la actualidad es la única de la familia que heredó este oficio al que dedica varias horas del día para mantener la tradición familiar, a pesar de tener otra profesión.
En su taller, localizado en las calles Maldonado entre Lizardo Ruiz y Manuel Vásconez, exhibe un centenar de objetos entre grandes, medianos y pequeños confeccionados a mano y en hojalata. Hay baldes, embudos, bebederos, moldes para velas, mecheros, platos para las balanzas. Además, tiene recogedores de granos “Elaborar cada utensilio requiere de paciencia y tiempo porque están hechas a mano”, comenta mientras sonríe.
Caiza participa todos los jueves de la feria de artesanías en el cantón Saquisilí, en Cotopaxi. Dice que en la plaza se concentran los alfareros de La Victoria, los artesanos de la madera y de artesanías de Cotopaxi. “Es un sitio donde va la gente, especialmente extranjera a comprar. Ellos aprecian este arte que está por desaparecer”.