Platón escribió un recuento de la defensa que su maestro Sócrates hizo ante los tribunales atenienses, cuando le acusaron de desafiar la autoridad de los dioses y de corromper a los jóvenes porque sus enseñanzas les hacían rebeldes. A ese recuento le llamó ‘Apología’, que en griego significa ‘discurso de defensa’.
Platón registró minuciosamente las palabras de su maestro porque estaba convencido que su condena marcaba el inicio de una etapa oscurantista en Atenas y quería que las generaciones futuras aprendieran de aquel error.
Sócrates -cuenta Platón- inició su discurso con una reflexión sobre el uso del lenguaje: las palabras cuentan mucho a la hora de explicar un punto de vista. A veces, las palabras mal utilizadas pueden hacer que una verdad evidente sea cuestionada por quienes las escuchan.
Más adelante, Sócrates reconocía que la verdad tal vez nunca va a ser completamente descubierta, pero que aún así valía la pena buscarla porque esta práctica permitiría a las personas diferenciar el bien del mal.
A la búsqueda de la verdad mediante la razón Sócrates le llamó ‘filosofía’ y aseguró que el propósito último de las personas debiera ser ‘vivir filosóficamente’. En términos prácticos, vivir filosóficamente significaba cuestionar las verdades oficiales, pero también ser concientes de que ese proceso de cuestionamiento está sujeto a errores.
Usando esta sabiduría socrática, uno pudiera decir que las palabras que el articulista Emilio Palacio utilizó en su artículo titulado ‘Camilo, el matón’ pudieron no ser las más adecuadas. No obstante, aquello no significa que su columna de aquel entonces no haya revelado una gran verdad: que este Régimen tiene una actitud hostil frente a los medios de comunicación y que las libertades individuales se encuentran en entredicho en Ecuador.
Palacio mantiene una prestigiosa columna desde la cual ha cuestionado las verdades oficiales no sólo de este Gobierno, sino de muchos otros. Como lector habitual de ese espacio de opinión, he podido constatar que Palacio ha mostrado los desaciertos de determinadas políticas o prácticas de Gobierno. Lo ha hecho con rigor, contundencia y, claro, con una dosis de pasión también.
Que se le quiera condenar a tres años de prisión y al pago de una indemnización de diez millones de dólares por haber escrito el articulo antes citado es un despropósito sin nombre y una injuria a la razón.
La Apología de Sócrates ofrece argumentos más que suficientes para eximir a este destacado columnista de las penas que quieren imputarle. Como previno Platón, hacer efectiva una condena así de injusta marcaría el inicio de una oscura época esta vez para la democracia ecuatoriana.