Redacción Siete Días
En la vitrina de un gran supermercado o en la tienda del barrio, al llegar de la oficina o después de jugar fútbol, la cerveza aplaca la sed y divierte.
Ya sea sentados en un bar de La Mariscal o sobre una jaba, los amigos circulan las ‘bielas’ o las ‘chelas’ bien frías.
En el país, una amplia oferta se esconde tras la competencia comercial que se mantiene entre Pílsener y Brahma. Dentro de esa oferta, el Beertropolis, bar recientemente inaugurado en Quito por Sebastián Sagasti y Gino Palau, incluye cervezas de varios lugares: Erdinger, Franziskaner, Lowenbrau, Holsten y Spaten Oktoberfestbier (Alemania); Corona, Sol y Tecate (México); Budweiser, Samuel Adams y Old Milwaukee (EE.UU.); Heineken, Amsterdam y Grolsh (Holanda); Costeña, Águila y Poker (Colombia). De Irlanda está la Guiness, de Perú la Cusqueña, de Japón la Saporo y de Argentina, Quilmes.
La Casa de la Cerveza, también en la capital, ofrece una variedad similar que también incluye cervezas con sabores a frutas. Después de explicar los inicios de la cerveza en los monasterios franciscanos de Europa, Diego Montenegro, propietario del local, dice que la cerveza es un buen negocio:
“Ganas hasta un 300% de utilidad y no tiene mucha ciencia”. Y aunque considera que Quito no es una sociedad cervecera, ya que por cuestiones sociales y climáticas es una ciudad que prefiere el trago fuerte, la cerveza gana territorio.
Una prueba de ello es el crecimiento del grupo de Cerveceros Artesanales del Ecuador; ahora son 150 miembros de Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato, Riobamba… En su hogar, uno de ellos, Fabián Gorostiaga, prepara y modifica a su gusto la cerveza. Él llegó de Buenos Aires hace 11 años y hace tres se asoció con otras personas interesadas. Hoy, ellos dictan talleres donde enseñan cómo usar instrumentos caseros para elaborar la bebida.
“La ventaja ante el producto industrial – dice Gorostiaga – radica en la diferencia de sabores, colores y grados alcohólicos que se le pueden dar a una cerveza”. También explica que, para elaborar este producto artesanal, hay que importar la mayoría de ingredientes (cebada, malta, lúpulo, levadura). La excepción son el agua y la avena. “El proceso es fácil pero requiere paciencia”.
Además de las marcas y los tipos, la diversidad se refleja en las formas de servir esta bebida alcohólica de moderación.
En Beertropolis, la cerveza corre mediante tubos hasta tres dispensadores en la mesa del cliente. Cada uno ofrece una diferente: Pílsener, Hefeweizent roja y Stout negra. El bar maneja un concepto ‘after office’, para el ejecutivo que busca relajarse. Su comida (hamburguesas, costillas, postres…) también se prepara a base de cerveza.
Otras formas populares de servirse esta bebida amarga y refrescante son las jarras o las jirafas (envases de cinco litros). Opciones que suman creatividad a las ventajas que tiene la cerveza.