Rosa Romo está al cuidado de su hija Rocío García, quien vive en una silla de ruedas. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
La pintura de tres corazones azules se descascara sobre el pavimento. Casi un año ha pasado desde que ocurrió la tragedia. Ricardo Gavilánez estaba allí.
No podrá olvidar el caos, la sangre y los gritos de esa noche.
Habían pasado apenas 30 minutos desde que se inició el 2015. La gente estaba feliz, bailaba y bebía en la fiesta de fin de año que los vecinos habían organizado sobre la calle Carlos Freire y Oe 8F, en Chillogallo, un barrio del sur de Quito.
El volumen de la música les impidió escuchar que un camión se acercaba. Su esposa Rocío del Pilar Sánchez estaba entre la muchedumbre y fue impactada por el vehículo. Murió a los 48 años.
Carmen Solano, de 39 años, y Josstin Polluquinga, de solo un año y ocho meses, murieron. 13 personas más quedaron heridas.
Rocío García sobrevivió y ahora, a sus 30 años, vive en una silla de ruedas. Tiene “daño cerebral irreversible”.
Tal vez estas son las palabras que más ha escuchado en este año Rosa Romo, la madre de la joven.
Ningún doctor le da esperanza de que Rocío vuelva a ser la misma madre que cuidaba de sus dos niños de 2 y 3 años.
Antes de ser atropellada era profesora de inglés en una escuela de primaria y hablaba cinco idiomas. Ahora no puede pronunciar palabra, necesita medicamentos para estar despierta, perdió el oído y la visión de su lado izquierdo.
No puede comer ni vestirse ni bañarse sola.
Las secuelas médicas también se pueden enumerar en el caso de Verónica Sumba. Lleva un año en terapias del lenguaje, psicológica y ocupacional.
Su familia está feliz de que esté con vida, al igual que sus hijos de 3, 13 y 16 años.
Todos fueron golpeados por el camión que convirtió la fiesta en una tragedia. Verónica no quedó bien. Tiene problemas de memoria. A veces parece lejana, no logra reconocer a sus parientes, y en cosas simples como regresar a casa requiere de un mayor esfuerzo.
Rocío del Pilar no fue la única afectada en su familia. Su esposo Ricardo sufre también los traumas.
El camión lo golpeó y lesionó sus omóplatos. El dolor que siente en los huesos le impide trabajar a tiempo completo en el taxi que conducía cuando su esposa estaba viva.
Ella, en cambio, era odontóloga. Su consultorio está a pocas cuadras del lugar del accidente.
Lleva un año cerrado.
Ricardo no ha querido deshacerse de los equipos ni del mobiliario, porque la primera de sus cuatro hijas también será odontóloga. En seis meses terminará el servicio rural y podrá montar su consultorio.
La Navidad y sobre todo el Año Nuevo le traen malos recuerdos a Ricardo y a sus hijas. Estas festividades las pasará fuera del país, lejos de su barrio. No quieren más recuerdos.
Lo mismo hará Rosa. Saldrá de Quito para no recordar ese día cuando un joven de 21 años, que había ingerido licor, perdió el control del vehículo. Lo que más le indigna es que ni siquiera tenía licencia.
El suceso no solo fue un impacto directo para las familias de las víctimas. Israel Sucre, de 20 años, un vecino, no piensa asistir este año a la fiesta.
Tiene el recuerdo de gente llorando y se ve a sí mismo paralizado, sin saber qué hacer.
Vuelve a ver el pequeño cuerpo de Josstin en el sitio donde ahora se dibuja un corazón y su carriola debajo del camión.
Esa madrugada la gente del barrio quería hacer justicia por mano propia. “Lo hubiéramos matado, pero llegó la Policía”, dice Wilfrido Segovia, otro vecino. Fue uno de los que atrapó al conductor del accidente. Por eso pide que en estas fiestas la gente sea más responsable y no conduzcan ebrios.
El conductor ebrio lleva un año detenido y recibió sentencia por un Tribunal Penal de Pichincha y la confirmó la Corte Provincial. Fue condenado a 12 años de cárcel y al pago de USD
18 000 para cada una de las familias que perdieron un ser amado.
Por su daño permanente, Rocío García también recibiría esa cantidad y para Verónica y tres hijos se designaron montos que van desde los USD 1 000 hasta los USD 3 800.
En la práctica no han visto un centavo.
Verónica no ha podido trabajar y depende económicamente de sus hermanas y su padre, pues su esposo murió en el 2011. La mayor preocupación ahora es costear otra operación para retirarle los clavos en la pierna de su hijo de 4 años.
La indemnización también le serviría a Rosa para costear el tratamiento de su hija. Esta semana se sometió a su quinta operación. Pero no hay mejoría.