Anne Applebaum, autora de “El Telón de Acero”:
Según la periodista estadounidense, ahora mismo no hay grandes bases de la Alianza Atlántica en Europa del Este, lo cual tiene que cambiar.
En un breve discurso radial de 1939, Sir Winston Churchill admitió a sus oyentes la incapacidad de predecir los pasos de Rusia, porque ese país en el fondo era “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. 75 años después, no son pocos los que siguen desconcertados sobre el curso de la conducta rusa, debido a la injerencia del gobierno del Presidente Vladimir Putin en la crisis de Ucrania.
Aunque ya había quedado más que claro que había un “problema” con la irregular anexión de Crimea, tuvo que ser derribado un avión comercial por un misil disparado por separatistas alimentados por el Kremlin para que EE.UU. y la UE respondieran con una ofensiva económica contra Rusia no vista desde la desaparición de la URSS.
“No estamos ante una nueva Guerra Fría”, tuvo que salir a decir esta semana el Presidente estadounidense Barack Obama, antes quienes advirtieron ecos del pasado. Porque si bien es cierto que la historia no se repite, la tentación de ver paralelos o coincidencias es enorme. Sobre todo por la falta de respuestas al enigma ruso.
Y en ese sentido, “El Telón de Acero; la destrucción de Europa del Este 1944-1956” de Anne Applebaum (Debate, 2014), se presenta como una oportuna mirada retrospectiva, ya que los actores del período son más o menos los mismos y el contexto, aunque diferente en el tiempo, ocurre en territorio conocido.
Tomando elementos de la historia, la crónica periodística y la ciencia política, Applebaum cuenta cómo Europa oriental fue convertida al comunismo a la fuerza por Josef Stalin y su policía secreta. Alabado por autores de la talla de Anthony Beevor, Niall Ferguson y Timothy Garton Ash, en “El Telón…” la ganadora del Pulitzer y columnista de The Washington Post logra graficar a través de casos individuales y colectivos de polacos, rumanos, ucranianos y húngaros, el dilema de quienes enfrentados a la dominación soviética decidieron luchar por su libertad, colaborar con los nuevos regímenes o partir al exilio.
A propósito de su última obra y la actualidad Applebaum respondió las inquietudes de “El Mercurio”.
¿Qué lecciones del período de la Guerra Fría que usted aborda en su libro, cree que son aplicables para hoy?
“No creo que existan ‘lecciones’ directas de la Guerra Fría. Lo que estamos viendo ahora no es una repetición exacta de lo que ocurrió. Solo quiero hacer notar que algunas de las tácticas de Rusia en los últimos meses me parecen muy familiares.
La ocupación de Crimea y el intento de ocupación del este de Ucrania han sido conducidos de un modo casi exacto a la ocupación de Polonia y Hungría en el período de posguerra. En Crimea, Rusia no empleó tropas regulares, sino más bien hombres de la inteligencia militar y de las fuerzas especiales, algunos en traje de camuflaje sin insignias, algunos de civil.
Una vez en el terreno, ellos organizaron a los matones locales y criminales, a veces otorgándoles poder por primera vez. Esta es la forma como se comportó la NKVD (policía política de Stalin) en 1944-1945″.
Leyendo su libro, es difícil no ver paralelismos con la situación actual de Rusia y sus vecinos. Por ejemplo, usted menciona que tras ganar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Gran Bretaña prometieron a los europeos del Este un futuro democrático, pero luego los abandonaron bajo la ocupación soviética. A su juicio, ¿cree que hoy Estados Unidos y la Unión Europea están intentando no abandonar Ucrania a la dominación rusa, tras permitir la anexión de Crimea?
“Creo que es muy temprano para decir si Occidente va a abandonar o no a Ucrania. Es muy cierto que no hay entusiasmo por un conflicto militar ahí y hasta hace muy poco no había mucha fe en la posibilidad de Ucrania democrática. Sin embargo, porque ‘Occidente’ hoy incluye a países como Polonia y los Estados bálticos, con una memoria reciente de la ocupación soviética, ahora hay un mayor deseo de detener la agresión rusa del que había en 1945”.
En el texto, parece contradecir a aquellos historiadores que sostiene que, en parte, la Guerra Fría se origina porque la hostilidad de Occidente hacia la Unión Soviética provocó respuestas agresivas de Stalin. ¿En el caso de Putin, cree que las sanciones occidentales lo harán adoptar conductas más desafiantes?
“No estoy en desacuerdo con lo que han dicho los historiadores acerca de las causas de la Guerra Fría. Yo explico que si nos fijamos en la cronología de los hechos, en realidad es imposible argumentar que Occidente provocó de alguna manera la agresión de Stalin. Tan pronto como el Ejército Rojo cruzó la frontera con Polonia, en 1944, comenzó a arrestar a los miembros de la resistencia polaca, que habían estado luchando contra los alemanes y que eran técnicamente aliados de la Unión Soviética. La prioridad de Stalin en Polonia no era derrotar a los alemanes, sino remodelar Polonia. Eso era cierto tiempo antes del comienzo de la Guerra Fría”.
“De nuevo, no creo que haya una analogía directa con el presente. Pero quiero destacar que la agresión militar rusa contra sus vecinos data de 2008 no de 2014, cuando Rusia invadió Georgia. Y la política de ir creando ‘conflictos congelados’ inestables data de principios de la década de 1990 cuando la provincia de Transdnistria se separó de Moldavia y se convirtió en una especie de feudo privado de la KGB.
Los intentos de Rusia de controlar Ucrania vía el comercio de gas y prácticas corruptas de negocios vienen de esa época”.
“Las sanciones occidentales sobre Rusia se producen muy tarde en estos desarrollos. Más que provocar una agresión, estas parecen en retrospectiva como una débil respuesta reactiva. Occidente debería haber contado, al menos desde la invasión de Georgia, con una amplia estrategia militar y política hacia el mundo postsoviético para detener a Putin”.
Dado ese patrón ruso (durante un tiempo, soviético) de expandir su dominación sobre estados vecinos para velar por su defensa, ¿estima que Occidente debe tener una actitud más decidida?
“Sí, como he dicho, Occidente necesita una estrategia amplia hacia Rusia. Esta debe incluir una política unificada de gas y energía, que reconozca que Rusia usa el gas como una herramienta de influencia. También se debería repensar la OTAN, con una nueva distribución de tropas y bases.
Ahora mismo no hay grandes bases de la Alianza Atlántica en Europa del Este. Eso requiere un cambio. Tiene que cambiar. El próximo blanco de la agresión rusa quizás pueda ser uno de los estados de la OTAN, quizás Lituania o Estonia. Nosotros tenemos que estar preparados para eso”.
Usted concluye que los totalitarismos o discursos totalitarios no duran para siempre. En el caso de la Rusia actual, donde el gobierno es acusado de tener rasgos autoritarios preocupantes, ¿ve alguna presión democrática que puede demandar un cambio, así como ocurrió en algunos países en 1956?
“Rusia no es un Estado totalitario en el sentido clásico. Es una sociedad mucho más abierta de lo que fue la Rusia de Stalin. A pesar que algunas herramientas de control -los medios y la policía secreta- son las mismas, los rusos pueden viajar, e incluso establecerse afuera. Aquellos que están descontentos se pueden ir, lo que no era posible en la URSS.
En parte, porque muchos líderes potenciales hoy están abandonando el país, una revolución callejera no parece probable. Pero por cierto, uno nunca quiere decir que es imposible. Me parece que el descontento con la innecesaria guerra de Putin en Ucrania, quizás entre los oligarcas, sea la fuente de presión para un cambio, más allá que un deseo de democracia”.