Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Solo quien ha chocado de frente con la muerte trágica y la conmoción social sabe que el dolor atroz de la pérdida de un ser amado no termina de irse.
10 años no fueron suficientes para dejar de llorar ni de luchar. Eso lo saben los familiares, hijos, viudas y amigos de las 19 personas que perdieron la vida el 19 de abril del 2008, durante el incendio de la discoteca Factory, en un concierto de rock gótico.
Todavía se quiebran sus voces. Aún hay indignación.
En la sala de la casa de Pedro Subía, en La Tola, hay un cuadro de más de 1 metro de alto con la foto de Diego, cargando a su hijo recién nacido.
“Mi nieto es cortadito, es igualito a mi hijo”. Es la última foto de ellos juntos, y estará colgada en esa pared -dice- hasta cuando deje este mundo.
Subía, de 62 años, recuerda al detalle cada imagen del día del incidente. Cómo su hijo, de 20 años, quien desde niño cargaba su guitarra, le encargó la atención de un local que administraba, y fue al concierto del que nunca volvió. “Nació, creció y murió con música”, pronuncia con algo de consuelo.
Sus recuerdos son como flashes que revelan su dolor, pero también su fuerza. El recorrer todos los hospitales, casas de amigos, sin hallarlo, el identificar el cuerpo irreconocible de su hijo, el tener que hacer trámites para comparar piezas dentales, fracturas óseas y saber si se trataba de Diego, no fue suficiente. La guerra por hacer justicia apenas empezó.
“No pasé con ellos mi último cumpleaños, un día antes del incendio, porque me quedé con mis compañeros de oficina. Pero desde ese día no he parado de dedicarle esfuerzo y tiempo a mi hijo, más que nunca. Todo lo que hago, lo hago pensando en él”.
El Municipio pagó los gastos fúnebres y entregó una beca a los cuatro niños que quedaron huérfanos luego del suceso.
Antony, el nieto de Subía, tenía 4 meses cuando Diego murió, hoy estudia en la Escuela Sucre. La beca incluye también la educación secundaria, pero su abuelo pide que se extienda a la universidad, tomando en cuenta las calificaciones de los chicos.
Subía es ahora el presidente de la Fundación Factory, a la que también pertenece Marcelo Negrete, de 30 años.
Rockero desde niño, planificó ir al concierto en la Factory junto a unos amigos. No estaba en el interior del galpón cuando el incendio empezó.
Bolívar Alarcón, su amigo, murió luego de ser hospitalizado con el 70% de su cuerpo quemado. José Luis Trujillo, el ‘Jocho’, también perdió la vida. Los gritos y la desesperación hicieron de esa escena una pesadilla que las primeras semanas le impedían dormir.
Pasaba las noches en hospitales, visitando a los heridos. A esas personas que lograron recuperarse, pero sus vidas no volvieron a ser iguales.
Asegura que las veedurías que denunciaban a las autoridades de la época y las agrupaciones de los familiares que buscaban responsables fueron el motor que les inyectó fuerza.
Negrete cuenta que han sido 10 años duros donde no solo ha tenido que lidiar con el dolor, sino con una sociedad prejuiciosa, que aún los mira de lado.
Hace 10 años -dice- las presentaciones de rock no tenían espacios y debían hacerse en lugares inadecuados, usualmente en bares de la Michelena, de la Amazonas, en la Mena 2, la Ecuatoriana. Hoy, los conciertos clandestinos continúan. Y hay más, asegura.
Tras formar la fundación, se tomaron el espacio donde funcionaba la discoteca. Lograron la construcción del Parque de las Diversidades; sin embargo, aún hay pugnas, asegura, por la utilización del espacio.
No se lo aprovecha. Para realizar conciertos allí se deben hacer varios trámites, por lo que hay grupos que se presentan en lugares inadecuados. Siguen trabajando con colectivos y luchando por ganar un espacio y por hacer justicia.
Las culturas urbanas siguen viviendo en la clandestinidad.
Negrete explica que los procesos judiciales han sido una lucha tenaz sin resultados. Se pusieron 16 denuncias, pero hasta el momento no se han tenido resultados alentadores.
Se han conseguido -dice- dos sentencias. La primera contempló una pena de dos meses de prisión y USD 30 de multa al organizador del concierto, y una similar para la persona que lanzó la bengala que provocó el incendio.
Gloria Santacruz, de 72 años, es tía de Germán Rivadeneira, quien murió a sus 27 años. Como su hermana y su cuñado viven en Tulcán, ella ha sido quien se involucró en todo el proceso de lucha. Germán era bajista de Celestial y fue al concierto para recibir un reconocimiento junto a su banda.
Minutos antes del incendio, cuenta Santacruz, le entregó su teléfono y pertenencias a su novia, con quien dos meses después tenía planeado casarse. Entró al galpón y no salió. El padre de Germán murió hace cuatro meses, sin saber qué pasó con los juicios y sin sentir que se hizo justicia en la muerte de su hijo.