Eran las 06:30 del jueves 7 de enero de 1987. Pedro Restrepo encendió el radio de la sala de su casa, en Miravalle, en las afuera de Quito. Sus hijos Santiago, Andrés y Fernanda dormían. Pero los chicos sabían que cuando se escuchaba una sinfonía era hora despertarse y prepararse para ir a clases.
Ese jueves fue el último día en que la familia estuvo unida y todos se reunieron para almorzar. A la mañana siguiente, el 8 de enero, Santiago, de 17 años, y Andrés, 3 años menor, salieron de casa en un vehículo Jeep y jamás regresaron. Hoy (8 de enero del 2018) se cumplen 30 años de su desaparición. El papá los recuerda y guarda cada detalle de sus últimos momentos juntos.
Desde ese 8 de enero, la rutina familiar cambió. Pedro Restrepo no volvió a dejar a sus hijos pequeños en el colegio y a Santiago en la Universidad, en donde cursaba su primer año de medicina. Tampoco los recogió tras las clases, ni almorzaron juntos ni vieron televisión en la sala.
A partir de ese día, Restrepo y su esposa Luz Elena Arismendi volcaron todos sus esfuerzos por conocer la verdad. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde están? Tras años de investigaciones, la primera interrogante parece haber sido respondida: los adolescentes fueron detenidos ilegalmente, torturados, asesinados y desaparecidos por miembros del Servicio de Investigación Criminal de Pichincha (SIC-P), unidad especial de la Policía.
Arismendi murió seis años después de la desaparición, en junio de 1994, en un accidente vial. Nunca supo sobre el paradero de sus hijos, pero en ese entonces ya se hablaba de que fueron asesinados por policías. “Ella siempre creyó que sus hijos estaban con vida. Pedía que se los devolvieran”, cuenta el cantante Jaime Guevara, quien se vinculó al caso desde 1989, cuando la familia comenzó sus protestas y plantones.
Guevara compuso la primera canción para recordar a los menores. La tituló ‘Fluvio marino policial’ y describía la primera versión de la Policía sobre lo que les pasó a los menores.
La investigación de los agentes decía que ellos sufrieron un accidente de tránsito y el Jepp cayó al río Machángara donde los animales “fluvio marinos devoraron los cuerpos”.
Él recuerda que Luz Elena solía protestar con una mordaza en la boca, con sus ojos cerrados y con sus manos sobre sus orejas. “Era su escudo. No quería que la gente se le acercara para darle el pésame. Esos gestos la ponían mal”. Para ella, simplemente sus hijos estaban con vida.
Las secuelas en la familia eran fuertes. Durante dos semanas, Restrepo se dedicó a beber. Dice que después recapacitó y decidió invertir todas sus energías en la búsqueda.
Antes de la desaparición, él tenía una empresa dedicada a fundir cobre y una importadora de mercadería. Diariamente visitaba otras dos compañías que lo contrataban como asesor en el área de metalmecánica.
Luego de la desaparición no volvió a trabajar a tiempo completo. El primer mes ni siquiera vivió con su hija Fernanda, que entonces tenía 10 años. Ella se quedó en casa de una amiga de la familia, alejada de los llantos, veladas y ajetreos de la búsqueda. “Después de ese mes nos dimos cuenta que Fernanda debía ser parte de lo que estaba pasando”.
Los primeros años fueron los más duros. Ramiro Román, quien fue abogado de la familia, recuerda que durante la presidencia de Sixto Durán Ballén (entre 1992 y 1996) se ordenó colocar una valla metálica en la Plaza Grande para evitar que continuaran con las protestas. “Pero Luz Elena se daba modos para pasar”.
Román cuenta que en una ocasión, tras lograr ingresar a la Plaza, se ubicaron frente a Carondelet. Ella sacó su cartel y en segundos una veintena de policías se arrojaron sobre ellos. “A Luz Elena la arrastraron, perdió los zapatos. Pero una mujer que vendía caramelos intervino y le agarró del traje al agente. ‘No ves que es una madre que lucha por sus hijos’, le dijo”.
En 1995, tras siete años de plantones, amenazas, pistas falsas e informes manipulados, el caso tuvo una sentencia de la ex Corte Suprema. Y tres años después, la CIDH logró que el Ecuador reconociera su responsabilidad y se comprometiera a buscar los restos. Hace cinco años, la Fiscalía maneja una indagación por lesa humanidad. Tres policías son señalados.
Pero aún ahora Restrepo espera la verdad. Su deseo es que algún día sus hijos puedan descansar en paz junto con los restos de su madre.