En el escenario de turbulencias que se vive en parte de América Latina, se empieza ya a sentir la falta de un mandatario atípico como José Mujica. Al menos por cinco motivos.
Uno: el expresidente de Uruguay, ahora senador de su país, se ha hecho un espacio en la galería de mandatarios auténticamente progresistas de la región.
Dos: Mujica, quien hizo de la austeridad uno de los sellos de su mandato de cinco años -como lo demostró la decisión de residir en su humilde chacra y de movilizarse en su viejo Volkswagen Fusca prácticamente sin custodia-, puso a su pequeño país en el foco de atención del planeta. Y lo hizo no precisamente por motivos banales o escándalos.
Tres: para colocar todos los reflectores mundiales sobre Uruguay y su gobernante, no requirió de onerosas campañas de publicidad. Solo le bastó con ser un estadista, con sus aciertos y errores.
También lo consiguió con la aprobación de normativas, calificadas de vanguardia, aunque algunas de ellas estén rodeadas por la controversia. Son los casos de la promulgación de la ley que reglamenta la producción, el expendio y el consumo de marihuana; la norma que despenalizó el aborto durante las primeras 12 semanas de gestación, y la legalización del matrimonio de las parejas gais.
Cuatro: cultivó una relación de respeto con los medios de su país y del exterior. Asimismo, en otra demostración de su talante, evitó las reacciones a las críticas. Así, su aparición en sandalias y con las uñas de los pies sin cortar, durante la posesión del Ministro de Economía, generó una ola de comentarios, algunos de ellos lanzados con sorna. Él los ignoró. Y, como lo hizo siempre, no se enredó en una pelea inútil con sus críticos.
Y cinco: se fue del poder como ‘el presidente más pobre del mundo’.
Al final de cuentas, a Mujica se le pudiera achacar algo: no se pronunció en forma clara acerca de los sucesos en Venezuela, pese a que advirtió de un posible golpe de Estado en ese país azotado por la crisis.