Aparte de otros comicios de menor importancia, el año 2009 estuvo en Latinoamérica repleto de elecciones generales muy dramáticas y con frecuencia de signo ideológico muy contradictorio en cuanto a sus resultados.
Así, no menos de dos vencedores – El Salvador, Uruguay – provinieron directamente de los grupos guerrilleros de hace unas cuatro décadas, lo que sugiere el ahora llamado ‘izquierdismo extremo’, mientras que otros dos – Panamá y acaso Chile, cuya segunda vuelta está todavía pendiente– fueron empresarios multimillonarios convencidos de las virtudes de la libre empresa y de las fuerzas del mercado en la determinación de los precios.
Para colmo de la confusión de los ‘politólogos’, quienes a estas horas no podrán dormir mientras buscan explicaciones valederas para el sorprendente fenómeno continental.
La sensación de empate, de igualdad en el marcador, se intensifica cuando se recuerda que este mismo año inició un nuevo período de gobierno nuestro economista Rafael Correa y que lo mismo sucedió con Evo Morales, de Bolivia, si bien el margen de ventaja para este último fue mucho más aplastante.
Pero los problemas no acaban solo allí, pues los dos son fieles devotos del ‘socialismo del siglo XXI’, doctrina a su vez que no ha definido siquiera las características más notorias de su esquema teórico.
De hecho, donde más caliente se puso la contienda cívica, es decir en Honduras, las elecciones de hace pocas semanas dieron el triunfo a un personaje de la más típica clase media, el señor Porfirio Lobo, y derrotaron las aspiraciones del señor ex presidente Manuel Zelaya cuyo izquierdismo de última hora fue de índole exclusivamente oportunista y buscó solo el apoyo del bloque de países de la Alba para perpetuarse en el poder. Como se sabe, la Alba ha sido la criatura favorita del coronel Hugo Chávez, Venezuela.
De ahí que a propósito del tema Zelaya-Lobo una vez más se haya ratificado la impresión que dentro de Latinoamérica siempre hay enormes abismos que separan las palabras de los hechos; la agradable doctrina de las realizaciones concretas y tangibles.
O expresado de otra manera, que la autenticidad, la sinceridad, el testimonio de la propia vida como aval de la doctrina son los valores que más escasean entre los políticos del continente, incluso entre quienes se vanaglorían de constituir la ‘antipolítica’.
Como telón de fondo se advierten dos presencias: la de Obama y su régimen, que no acaba de definir una política verosímil hacia el resto del continente americano, y la del pragmático señor Lula Da Silva, ubicado con gran respaldo a la cabeza de Brasil, el único de los países de la región latinoamericana que va avanzando firme hacia el exclusivo club de las grandes potencias mundiales.