‘No sé mi edad: ¡nací en el desierto del Sahara, sin papeles…! Nací en un campamento nómada tuareg entre Timbuktú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier”, dice Moussa Ag Assarid en una entrevista de Víctor M. Amela.
Algunas de las partes de esta pieza deseo compartirlas porque dicen mucho de la sabiduría, de la bondad y del orgullo que brota de la sencillez de aquellos que aparentemente no teniendo nada tienen muchísimo más que los que ostentan el derroche, la prepotencia, el dinero y el poder.
“¿Quiénes son los tuareg? Tuareg significa abandonados, porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: ‘señores del desierto’, nos llaman. ¿Cuántos son? Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas… “Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio…”.
“¿De verdad tan silencioso es el desierto? Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.”… “A los 7 años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas… Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará adonde hay agua”. “Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!”… “Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!”…
“¿Qué es lo que peor le parece de aquí? Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco y hay ansia de poseer, frenesí, prisa… En el desierto no hay atascos ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!…Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo”.
Sí, vivimos en el reino de la velocidad, del vértigo, del efectismo y de la superficialidad. Corremos en el mismo sitio. Vivimos en un mundo líquido, competitivo y vacío. Tenemos ojos y no vemos. Tenemos nariz y no olemos. Tenemos orejas y no escuchamos. No comemos… nos atragantamos… hemos perdido el gusto. Nos seduce nuestra propia voz aunque cada vez más suene a plástico.
Angustia la Asamblea Nacional que en cinco semanas quiere aprobar más de una decena de leyes cruciales, entre ellas la de educación. Apelo a Fernando Cordero y a Alianza País a escuchar a Moussa Ag Assarid. Les propongo aprender de las culturas ancestrales. Les invito a “olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista”; a aprender a “estar juntos” y a dejar por un momento el reloj para poseer el tiempo.