Los extremos siempre han sido, son y serán eso: extremos. Se trata de un concepto cuya definición muestra una realidad inherente a sociedades como la nuestra, donde el crecimiento cultural, social y económico no es una constante. Extremo es aquello “que dista en el espacio o en el tiempo con respecto a la persona que habla o a un punto que se toma como referencia”.
Con este antecedente, plantear que todo lo que se genera en el sector privado no es bueno o que tiene un transfondo lucrativo es igual a santificar a lo que ocurre en el sector estatal, en todos sus niveles. Por cerca de siete años, esta premisa ha cruzado la geografía nacional y Quito no ha sido la excepción.
Afortunadamente, este discurso y visión no han tenido mucha cabida en quienes han estado al frente de las administraciones municipales. De una u otra forma, incluso con visiones de gestión diferentes, lo que hicieron las alcaldías de Paco Moncayo y de Augusto Barrera, cuando dieron espacio al sector privado, han generado acciones positivas. Calificación dada, sin duda, no por una apreciación personal, casi a priori, sino por el beneficio que genera tal decisión, por lo general expresada con obras, en la población.
De otra forma no se pudiera entender, con defectos o virtudes, obras como el Teleférico o el Aeropuerto Mariscal Sucre en Tababela. Igual, están la Ruta Viva o los intercambiadores de Las Bañistas o de El Ciclista. Todas estos proyectos son ahora realidad que, de una u otra forma, han mejorado (o por lo menos incidido) en la vida de los quiteños. Obras generadas por la interacción entre lo público y lo privado, en este caso a nivel de Municipio, de gobierno seccional.
En lo que compete a la administración de Mauricio Rodas, desde la época de campaña esta apertura a lo privado quedó en evidencia y fue ratificada en el discurso de posesión en el Teatro Sucre, el 14 de mayo del 2014.
De eso ha pasado un año y casi al final de este período se han anunciado, con la participación privada, obras como Quitocables, cuya inversión bordea los USD 550 millones. Otras acciones, con menor cuantía económica, pero con gran incidencia en la población, se concretaron con empresas quiteñas, en el primer trimestre de este año: la construcción de las paradas en el Trolebús y la reparación y mantenimiento de espacios verdes.
El reto, para que no queden dudas, es lograr que todos estos acuerdos tengan normas y reglas claras, que no dejen brecha a que sean torpedeadas. En la ciudad hay mucho por hacer. Así Quito y los quiteños serán los beneficiados de esta relación que sí funciona.