Redacción Quito
quito@elcomercio.com
El olor a metano inunda el lugar, es un espacio oscuro y húmedo a 6 metros bajo tierra. Solo hay un pequeño y pegajoso andén para caminar, un resbalón puede hacer que la persona caiga en una corriente rápida de agua.
A eso se expone a diario Alfonso Núñez, de 47 años. Su trabajo es monitorear el funcionamiento la red de alcantarillado del norte de la ciudad.
Pero no solo vigila los ductos, también arregla los problemas detectados.
“Me encantan los trabajos de alto riesgo”, decía antes de meterse en el colector El Colegio, en Ponciano, el miércoles pasado, a las 09:00, tres horas y media luego de iniciar su día.
A las 05:30 sale de su casa, en Chaguarquingo, en el sur de la urbe, para trotar por la av. Simón Bolívar. Después de una hora regresa a su casa. Toma un baño y se viste de terno. Su esposa, Cecilia Jaya, lo espera en la mesa con un batido de banana y un agua de hierbaluisa.
Núñez no come, pues necesita estar con el estómago vacío para laborar.
A las 07:00 sale de su hogar en su camioneta, acompañado de su nuera, Angélica Morillo, a quien deja en la av. Occidental. Después de lidiar con el tráfico llega a la planta de la Empresa Metropolitana de Alcantarillado y Agua Potable (Emaap), en el barrio La Chorrera, en el norte.
Este quiteño es asistente técnico de saneamiento y por ello le pagan USD 1083 al mes. En su oficina de paredes grises y blancas tiene pegados tres afiches de Liga, su equipo de fútbol . “Ver los triunfos del equipo me inspira”.
A diario prepara su agenda con los reportes de daños; solo los miércoles su rutina varía por unas clases de Educación Física. Luego de revisar la agenda, se cambia de ropa para salir a buscar las alcantarillas.
En los ductos, se pone un casco con linterna, un overol, chompa, botas de caucho con crampones, arnés y guantes. En el colector El Colegio el olor a metano es fuerte pero él ya está acostumbrado por eso no utiliza mascarilla.
Al descender se mancha de grasa porque las paredes están sucias por los desperdicios que llegan del aeropuerto Mariscal Sucre. Revisa el piso y el techo, entra en el agua sin mostrar miedo, pero no suelta la cuerda que sostiene a todos los trabajadores. Los equipos para hacer estos trabajos están conformados por cuatro personas. “Cuando entra mucha agua, esta nos puede arrastrar, por eso no soltamos la cuerda. A esta cuerda le decimos la cuerda de la vida”.
A las 13:00 come dos almuerzos. En se receso cuenta que fue su idea implementar todo el vestuario con el que trabaja, pues él escalaba montañas; esos conocimientos sirvieron para mejorar la seguridad de los obreros.
Su labor termina a las 15:30 y una hora más tarde está en camino a casa. En la tarde ya no come doble y se dedica a ver noticias. Dice que no duerme estresado porque disfruta de lo que hace.