Redacción Machala
Las olas golpeaban con ferocidad contra el muro de escolleras que protege a la playa de la comuna Bajoalto. El agua llega hasta el poblado.
Desde el miércoles pasado, la incertidumbre se apoderó de los habitantes de La Comuna, un asentamiento de pescadores artesanales, en el noroccidente de El Oro. Allí viven 2 000 personas.
Este primer aguaje de diciembre, el penúltimo del año, llegó acompañado de fuertes vientos, que incrementaron la fuerza de las olas. Una vieja torre de vigilancia, ubicada en la playa, fue la primera estructura en ceder ante el embate del agua.
Se cayó justo cuando los habitantes se reunían con los representantes de los organismos de socorro, para armar un plan de contingencia. “Las olas están más bravas”, dice el pescador Zenón Alcívar. Él y dos compañeros observaban cómo el mar azotaba incesantemente el muro de rocas, desde un local frente a la playa.
Según el reporte del Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar), el oleaje se prolongará hasta mañana. Entre las 16:00 y las 18:30, las olas alcanzarán 3,11 metros de altura.
Alcívar, quien ha dedicado 30 años a la pesca artesanal, no dejará de cumplir con su actividad. “Aunque el mar está bravo, hay que buscarse el pan del día”.
El Comité de Operaciones de Emergencia (COE) de El Oro dejó listo el miércoles un plan para evacuar a los vecinos, en caso de que las olas lleguen con más fuerza. Ese mismo día, los bomberos evacuaron a 10 familias que tienen sus viviendas junto a la playa. “Es una medida de precaución”, dijo el jefe, Javier Mora.
El operativo se extiende a otras comunas pesqueras, como Hualtaco, en el cantón Huaquillas. También a caletas de pescadores del archipiélago de Jambelí.
La Defensa Civil reportó olas fuertes que causaron alarma en las islas Costa Rica, Las Huacas y Jambelí. Para evacuar a los isleños, se tienen listos botes y 600 galones de gasolina.
En la tarde del miércoles, grupos de pobladores se mezclaban con turistas, en la playa. Pese al riesgo, Marcia Játiva, una turista lojana, se fotografiaba mientras las olas rompían a su espalda. “Es impresionante”.
El mar se introducía por los pequeños esteros poblados de mangle que rodean el área habitada. El agua se desbordaba sobre la playa y corría espumosa abriendo surcos. Los dueños de 20 locales de alimentos y bebidas frente a la playa decidieron cerrar. El agua se acumulaba debajo de las estructuras, hincada sobre la arena.
El presidente de la comuna, Fulton Jaén, se encomendaba a Dios, mientras recordaba los daños causados por una serie de aguajes, cinco años atrás: “Dios es grande y no podemos pensar que pase algo más grave”.
En 2004, Corpecuador levantó el muro de escolleras para evitar que el mar siga carcomiendo la playa. En ese año, el agua se adentró en la antigua área turística y la destruyó. Para Jaén, el daño fue doble. “Hubo casas destruidas y se alejaron los turistas”.