Cristóbal Serrano Dueñas
Qué decepcionante resulta oír y leer los fanáticos ataques a los CDR antes de que nazcan y su comparación con comités nazis, marxistas, chavecistas.
Se hizo un paralelismo perverso sin considerar la realidad histórica, geopolítica, cultural de cada coyuntura.
Fue también un error presidencial lanzar la idea en medio de Castro y Chávez y de la euforia del momento, idea que debió ser presentada al país luego de una adecuada estructuración.
Antes que nada, la palabra revolución implica un “cambio importante en el estado o gobierno de las cosas”, por lo que considerar que se relaciona necesariamente con actos de violencia, presión o espionaje es un error.
¿Cuál sería la utilidad de los CDR? Pues velar que en el barrio haya buenos servicios vitales, seguridad, orden en el tránsito, limpieza en las aceras y calzadas, que todos los negocios entreguen factura, que nadie se estacione en las veredas, que se cuiden los jardines, que se acoja a los mendigos y que los gobiernos nacionales y seccionales cumplan su función y ofertas.
Los CDR también serían los entes oficiales presentadores de quejas, pedidos y propuestas a la autoridad civil o policial respectiva. Su papel nunca podría ser de sancionador o coercitivo, mas sí de informador, impulsor y mediador.
No manejarían fondos propios y serían los verdaderos veedores de que se tenga una calidad de vida digna y justa y de que la revolución constante, pacífica y democrática se haga realidad.
Quiénes lo conformarían? Ciudadanos voluntarios desempeñando funciones ad honórem, más allá del gobierno de turno.
En este punto aparece el primer gran problema. ¿Dónde conseguir a estos innumerables quijotes, en una sociedad politizada y personalista? Será un duro reto.