Los ocupantes del albergue de La Y se han organizado para cocinar y alimentarse. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
En su mente no está volver a sus ciudades en Manabí. “Allá no hay nada”, es la frase que se repite entre los damnificados por el terremoto y que residen en Quito en condición de albergados. Su ideal es buscar trabajo y radicarse en la capital con sus familias.
En Quito hay nueve albergues operativos para personas víctimas del terremoto del 16 de abril. Están abiertos para familiares de heridos que están internos en casas de salud o que recibieron el alta y personas que salieron de la zona de desastre por su propia cuenta.
Según datos del Ministerio de Salud Pública (MSP), al momento 128 personas utilizan estos lugares temporales. El Hospital Eugenio Espejo (53) y el Hospital Baca Ortiz (24) son los que registran más albergados (ver tabulado).
En el albergue de La Y, ubicado en la Comandancia Zonal de la Policía Metropolitana de Quito, fueron ubicadas ocho personas: tres mujeres y cinco varones. En este lugar nadie quiere volver a Manabí.
Jairo Morales quedó bajo una pila de escombros el día del sismo. Fue rescatado por un grupo de bomberos y dos días después, trasladado al Hospital Metropolitano de Quito con politraumatismos en sus piernas y costillas. El pasado viernes fue dado de alta y junto con su madre, Olga Morales, fueron albergados en La Y.
Morales vivía en Portoviejo junto con sus padres. Su madre lo acompañó a Quito y su papá se fue a La Libertad, en la provincia de Santa Elena, donde vive su otra hija. Esperan que Jairo encuentre trabajo en Quito para asentarse en esta ciudad.
El manabita de 30 años es artesano. En su ciudad se dedicaba a vender llaveros y en la capital está dispuesto a emplearse en “lo que sea”.
En el albergue del hospital Eugenio Espejo el sentimiento es parecido. Ocho de los 53 residentes de ese lugar paseaban la mañana de ayer por el parque La Alameda, mientras limpiaban la habitación en la que duermen. Carlos Loor tiene 53 años y es oriundo de Jama. “Nadie quiere volver”, afirma. Asegura que para muchas personas que perdieron casas y familiares en el terremoto esa es la última opción.
Arelly Zapata, coordinadora académica de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos, atribuye este fenómeno a dos causas. Primero, el trauma. Explica que las personas inconscientemente pierden el sentido de pertenencia con sus ciudades, porque en muchos casos ya no existe nada de lo que fue parte de su vida.
Y la segunda causa tiene que ver con el aprovechamiento de una oportunidad. “Provienen de localidades en las que no tenían comodidades y, al llegar una ciudad desarrollada, ven oportunidades laborales y de comodidad. Va a ser muy difícil que quieran regresar”, dice.