Un cantón en ruinas. Eso se ve en esta imagen, en pleno centro de Pedernales, en la zona había una farmacia. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Pedernales siempre fue fuerte ante las adversidades. Para sus habitantes, el terremoto de 7.8 grados es una oportunidad para levantarse, como ya lo hicieron en el pasado.
Una estrofa de su himno recapitula esa fortaleza y es una evidencia literaria de su historia frente a los problemas.
“Pedernales levanta tu vuelo, que la historia hable de ti, flameando tu libre bandera, Pedernales serás inmortal”.
En esta zona del norte de la provincia de Manabí no es la primera vez que suceden eventos sísmicos de intensidad.
En 1942 ocurrió uno de 7.8 grados y en 1998 se registró otro de 7.1, con epicentro en Canoa, a una hora de allí.
Sobre el primero, se cree que aquel terremoto pudiera verse lejano, casi irreal; nada comparado con la tragedia de hoy. Gabriela Ponce, técnica del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, dice que por intensidad y localización, el sismo del 42 y el de la semana pasada son muy parecidos.
Pero también es una zona icónica de acontecimientos importantes. La Misión Geodésica, al frente de Charles Marie de la Condamine, llegó a Pedernales en 1736 para la medición del arco que determinaría la forma de la tierra. Parte de los datos constan en una roca, con una inscripción de 1736, según archivos del Municipio.
Este episodio hizo que en el 2010, la Asamblea decretara que este cantón dio origen al nombre del Ecuador.
Para el alcalde Gabriel Alcívar, hay razones históricas que motivan a pensar en otro Pedernales. “En el nuevo cantón que levantaremos, con ayuda del país, tomaremos en cuenta los riesgos”.
Se refiere a la cercanía con construcciones frente a los 54 kilómetros de playa y que lo hacen vulnerable a afecciones producto de aguajes.
El cantón además es refugio de un tesoro histórico. Guarda vestigios de la cultura Jama- Coaque que se exhiben en museos de la provincia.
En lo económico, la actividad camaronera de Pedernales fue imán para inversiones. Amílcar Ambrogi, dirigente, comenta que en las empacadoras y camaroneras hay un 40% de empresarios de la Sierra vinculados a esta actividad.
En sus 24 años de existencia como cantón, sus habitantes cuentan que siempre pasaron apuros por las inundaciones que provocaban los aguajes.
El alcalde Gabriel Alcívar recuerda que en el inicio de marzo, en unas 800 viviendas se perdieron enseres por el ingreso del agua a las casas. El mar era su principal amenaza.
Incluso, con las lluvias que llegaron por el invierno y el fenómeno de El Niño se interrumpieron vías por derrumbes y cuarteaduras. Alcívar dice que de cierto modo sus secuelas se solucionaban en meses y se conocían los riesgos.Pero el terremoto de 7.8 grados en la escala de Ritcher fue aún más devastador.
La delegada de la mesa de seguridad cantonal, Rosa Puertas, asegura que los aguajes o las pérdidas por lluvias de los últimos ocho años perjudicaron al 30% y 40% de 50 000 habitantes. “Fueron daños materiales y máximo nos recuperábamos en un año y ocho meses. Este terremoto causó inconvenientes a casi todo el cantón”.
Para el Municipio, 10 000 de las 14 000 viviendas tienen daños estructurales. Las autoridades calculan que para la reconstrucción se necesitarían USD 650 millones.
Reinaldo Zambrano recuerda los efectos del movimiento telúrico de 1998, cuyo epicentro fue Canoa.
El sismo solo les dejó un susto. A Aida Artega, de 60 años, los aguajes le dejaron lecciones. En su casa, al filo de la playa, en Brisas del Pacífico, construyó hace 10 años un muro de protección para que el mar no ingresara por atrás.
Cuando no tenía esa obra, el agua pasaba arrastrando palos y escombros. Según la Unidad de Gestión de Riesgos del cabildo, el 60% era afectado por aguajes.
Necesitaban USD 3 millones para trasladar a familias a zonas libres de aguajes.
El arquitecto Luis Rivas dice que en Pedernales, las construcciones no respetaron el límite de tolerancia entre el mar y la costa. Al menos deben levantarse a ocho kilómetros de la franja costera. No obstante había cabañas, hoteles y restaurantes edificados a menos de dos.
Para Rivas esto supone una eminente amenaza.
Leoncio Canchingre es pescador y su familia fue parte de las 100 reubicadas hace dos años a una zona segura. Vivía en un brazo de mar que con los aguajes se desbordaba y debilitaba las bases de las casas.
La casa de Canchingre se perdió en el 2014, cuando la acumulación de humedad aflojó los pilares de madera que la sostenían.
Su esposa sufrió golpes fuertes al desplomarse. “No tenía dinero para ir a vivir a otro lugar, pero el Municipio nos reubicó. Ahora con el terremoto la casa se cuarteó y otra vez tuve que salir, esta vez a un albergue”.