Cuando los jóvenes salen de los bares y discotecas, se refugian en el calor de una habitación pagada para alargar la celebración. De hecho, moteles ofrecen tarifas especiales para grupos. Es el nuevo ‘after party’, diversión y consumo de licor sin la restricción de la ‘hora zanahoria’.
El encuentro con esa práctica es descarnado. La mañana del sábado, los cadáveres de siete chicos fueron hallados en la habitación de un motel de Santo Domingo de los Tsáchilas. Y en Quito, la madrugada del domingo, una mujer de 20 años murió al caer desde la ventana de un hostal, cuando compartía con amigas y jóvenes, luego de haberlos conocido en un bar.
¿Qué pasa con los jóvenes en Ecuador? Simple. Esta es una sociedad con jóvenes huérfanos. Huérfanos no solo por las secuelas de la movilidad humana, sino por padres y madres que ahora se ruborizan porque un grupo de jóvenes falleció en un motel, pero que no encuentran tiempo para su familia, que jamás escuchan a sus hijos, y que suplen vacíos afectivos con lo material.
Los indicadores de violencia develan a una juventud vulnerable. En el país, el 22,5% de víctimas de homicidios tiene entre 19 y 25 años. En Quito, 124 de los 314 fallecidos en accidentes de tránsito en el 2013 tenían entre 16 y 30. La mayoría de esas muertes ocurrió de viernes a domingo, entre la noche y la madrugada.
¿Y el consumo de alcohol? En Ecuador está prohibido beber licor en calles, parques, etc. Pero, en la práctica, el consumidor solo ha tenido que adaptarse, porque es inclaudicable con su hábito, bebe cuando no debe y lo celebra socialmente, en un motel o en casa el domingo, al frente de sus hijos, como algo natural.Porque no es secreto: el consumo de licor es una lacra en Ecuador. Por ejemplo, es un encubridor de la violencia intrafamiliar.
Las muertes de ocho jóvenes remecen en más de una familia, pero en lugar de estigmatizar cabría recordar que esas víctimas no son ajenas a esta sociedad; hacerse cargo de las necesidades afectivas no puede esperar más.