Nduduzo Siba se maquilla en Sao Paulo, Brasil. Cientos de ex convictos extranjeros que cumplieron condena en Brasil ahora luchan por sobrevivir con libertad condicional. Foto: AFP
Cuando la sudafricana Thandi salió de una cárcel de Río de Janeiro en junio pasado para cumplir su sentencia en régimen abierto, no tenía dónde ir. Un policía le propuso ayudarla, pero por cierto precio.
“El oficial me ofreció usar su teléfono y algo de dinero para tomar un autobús si yo le hacía un favor sexual”, contó la mujer de 33 años, que no quiso proporcionar su nombre verdadero.
“Me llevó a un hotel y luego me dio 30 reales (unos USD 7)”.
Thandi es una de los centenares de extranjeros -en su mayoría detenidos por tráfico de drogas- que desde 2014 pueden purgar sus penas fuera de la cárcel, pero sin derecho a salir del país. Cuando por fin cumplen sus condenas, son expulsados.
Con escaso apoyo de las autoridades, bregan por obtener alojamiento y documentos de identidad. Muchos hablan poco o nada de portugués.
“Muchas de mis hermanas terminan prostituyéndose y contraen enfermedades y mueren y son enterradas aquí”, dice Thandi, quien tiene dos hijos en Sudáfrica y debe permanecer en Brasil hasta fines de 2020.
El fiscal regional y profesor de derecho penal Artur Gueiros, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, achaca la precariedad de esas situaciones al Estado brasileño.
“Es un asunto humanitario que no se está respetando”, dijo Gueiros en declaraciones telefónicas.
Muchos ciudadanos de países africanos y asiáticos “viven esta triste situación. Abandonados, relegados, están en un limbo”, señaló.
Sus países pueden solicitar una repatriación anticipada, pero pocos lo hacen, porque las embajadas deben pagarles el pasaje aéreo, agrega.
“Intentando sobrevivir”
Las cárceles de Brasil albergaban a 2.161 presos extranjeros en 2017, de acuerdo con las cifras oficiales más recientes.
En su mayoría provienen de países latinoamericanos, y la cuarta parte de África.
Nduduzo Siba, de 31 años, pasó casi cuatro en una prisión de Sao Paulo, acusada de traficar cocaína en cajas de perfume.
También de Sudáfrica, Siba cuenta que fue liberada en 2017 sin siquiera una última cena.
“Me dijeron ¡vete! a las ocho de la noche. Yo dije ‘¡pero no tengo dinero, no tengo nada, no tengo teléfono, no tengo a nadie, no sé a dónde ir!’”, agrega la mujer, que sostiene haber sido condenada injustamente.
Muchos expresidiarios construyeron redes informales de ayuda. Pero algunos recaen en el tráfico de droga, según entrevistas realizadas con algunos ellos.
Más de la mitad de los presos extranjeros en Brasil están en el estado de Sao Paulo. Se los separa de los brasileños y se les ofrece talleres como clases de portugués.
Pero este apoyo desaparece una vez que son liberados.
El Instituto de la Tierra, el Trabajo y la Ciudadanía (ITTC) , un grupo defensor de los derechos humanos, inició hace dos años un programa de apoyo para exreclusas extranjeras.
Ayudó a más de 300 a obtener documentos y encontrar trabajo y alojamiento.
La titular del ITTC, la monja estadounidense Michael Mary Nolan, de la congregación católica Hermanas de la Santa Cruz, afirma que el gobierno “no hace nada” por esos extranjeros, muchos de los cuales terminan viviendo en la calle.
“Hay una disputa entre los gobiernos de las ciudades y de los estados en lo que respecta a cuál de ellos debería ocuparse de esas personas”, señala la hermana Nolan, instalada en Sao Paulo desde hace veinte años.
El hacinado y letal sistema carcelario brasileño ya lucha por el manejo de sus propios presos. Los extranjeros son apenas una fracción de los más de 726 000 que tiene el país, la tercera población carcelaria del mundo.
“La situación de los presos, tanto brasileños como extranjeros, siempre ha sido relegada” , dijo Gueiros.
El Ministerio de Justicia afirmó en un comunicado que trabaja con las autoridades de los estados para fortalecer y crear medidas para asistir a los exreclusos.
Pero no hay cifras sobre el número de extranjeros libres bajo fianza y son pocos los que reciben ayuda.
Thandi, que comparte una habitación con otras dos exdetenidas y vende trenzas africanas para sobrevivir, desearía regresar cuanto antes a su país.
“Ahora mis hijos tienen mayores necesidades que antes”, dijo. “Y yo aún estoy intentando sobrevivir aquí. Cuando como, me pregunto de dónde provendrá mi próxima comida”.