Seis personas esperan encontrar empleo en la ciudad. Ellos se encuentran en el albergue del Comando Zonal Eugenio Espejo, en Quito. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
A un poco más de un mes del terremoto del 16 de abril del 2016, los afectados que se encuentran en los albergues de Quito todavía no pueden olvidar todo lo que sintieron ese día, aunque ahora su meta es conseguir un trabajo y empezar una nueva etapa. En el albergue del Comando Zonal Eugenio Espejo se alojan seis personas actualmente.
Uno de ellos es Rolando Palma, quien planea quedarse en Quito “por lo menos unos dos años”. Desde que llegó su meta ha sido sobreponerse a la experiencia que vivió y buscar formas para establecerse en el Distrito. La idea es conseguir un trabajo y después mudarse a un departamento con su pareja.
Cuando vivía en Manta, trabajaba en proyectos de obras públicas y ahora espera conseguir una labor similar en la capital, pero admite que le ha sido complicado conseguir una oferta. Junto con su esposa, llegó el 23 de abril al albergue. De este mes transcurrido desde el terremoto de 7.8 grados solo puede rescatar cosas positivas, dice. Cada día comparte las labores con las otras cinco personas que están en el albergue. Uno se encarga de la cocina, otro de la bodega, algunos limpian el baño y los demás ayudan a mantener en buenas condiciones el sitio donde duermen.
Desde ya piensa en el momento cuando tendrá que despedirse de los demás a quienes considera su familia. Para Carlos Andrés Gómez la despedida también será difícil, pero se sobreponen sus ganas de normalizar su vida. Cuando vivía en Tarqui (Manta) se dedicaba a hacer artesanías junto con su compañero con el que llegó al albergue. Desde hace un año habían arrendado una casa en esta zona y habían comprado los primeros muebles. Con el terremoto todo se destruyó y llegaron a Quito con la esperanza de poder continuar con su trabajo.
Gómez cuenta que ha sido complicado continuar con su trabajo como artesano. En ocasiones en el albergue les dan materiales para que puedan hacer sus artesanías y las vendan en la ciudad.
También incentivan a que otros miembros del albergue a que compartan su labor; hacen que pinten las figuras o que colaboren de alguna forma. Entusiasmado, Gómez cuenta que les invitaron a participar de una feria donde esperan vender algún producto. Está abierto a cualquier otra oferta laboral, “podría trabajar de mesero o de cualquier otra cosa”, dice. Su mayor miedo de regresar a la Costa es no encontrar a sus amigos.
Mientras que la meta de todos es conseguir un trabajo, la de Jairo Morales es primero recuperar su estado de salud. Después de haber sido aplastado por su casa, su pierna y su riñón fueron afectados. Todos los días se levanta temprano para ir a sus terapias en el hospital. Todavía camina con muletas, pero cuenta que está mejorando. Una vez que consiga reponerse totalmente, empezará a buscar una oferta labor pero “todo es paso a paso”, dice. Morales llegó al albergue junto a su madre, Ángeles Morales, quien lo acompaña desde aquel día que fue trasladado en avión desde Manabí. Ambos confían en la entrega del bono para independizarse. Durante el próximo mes todos creen que seguirán en este espacio hasta tener un ingreso económico estable.
En otros albergues del Municipio de Quito se han creado iniciativas para que las personas participen en ferias de comida y vendan sus productos.