Redacción Cultura
Los adioses es una de las novelas más concisas y enigmáticas de Juan Carlos Onetti, el gran narrador uruguayo, ya ausente.
La breve e intensa novela transcurre en un pueblo de las serranías, en el cual van a recuperarse enfermos de tuberculosis, desahuciados. A esa especie de purgatorio gélido y desolado llegan los pacientes. En sus miradas ausentes se dibuja el adiós a la vida, a los seres queridos, a las cosas.
A través de un narrador infidente y especulador, que va pintando la historia con lo que ve, presume e indaga, el escritor crea este relato magistral, en el cual un hombre hace el gesto de un adiós definitivo, transido por la nostalgia de lo irrecuperable.
Sin embargo, los puntos de vista narrativos se mezclan, se suceden para armar una historia ambigua, en la cual el lector participa como un personaje más en este paisaje alejado, oculto entre las montañas. Al paciente le visitan dos mujeres en el sanatorio.
Una joven y una de más edad. El tendero del pueblo empieza a especular, a imaginar que a lo mejor el enfermo ama a las dos.
Con una escritura ágil y valiéndose del indicio como detonante de la novela, Onetti traslada al lector a ser testigo de esas vidas trizadas por la angustia y la desesperanza. ¿Un atisbo de luz? Acaso ninguno. Solo la palabra como tabla de salvación en un universo de silencios.
En ‘El pozo’, su primera novela, Eladio Linacero, al llegar a la madurez, emprende sus esperadas memorias porque, afirma, “un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo, si le sucedieron cosas interesantes”.
Estas son dos ejemplos de la maestría de Onetti, de esa prosa que cava en la derrota del ser humano y extrae de ella la más amarga belleza.
Onetti (Uruguay, 1908-Madrid, 1994) fue uno de los grandes narradores de este siglo. Ganó el Cervantes de Literatura, 1978.